EL CORREO 05/02/15
JOSÉ LUIS GÓMEZ LLANOS, SOCIÓLOGO Y ABOGADO
Pocos días después de los crímenes yihadistas de París, la tentación de pedir que ‘Charlie Hebdo’ no prosiga por la senda provocadora de la sátira corrosiva del profeta coránico y sus seguidores es cada vez mayor. Ese planteamiento vendría a exigir al irreverente semanal que sacrifique esa forma de pitorrearse que le caracteriza en aras de calmar los espíritus y evitar más muertos. Algunos nos resistimos a hacerlo y he aquí las razones. Imaginémonos que movimientos radicales de feministas, que los hay y el no tener en su ideario la práctica de la violencia no significa que sus reivindicaciones e inquietudes sean menos pertinentes, decidiesen un día atacar las redacciones de las revistas pornográficas, machistas y sexistas donde las haya, para protestar y llamar la atención de la opinión pública por la persistencia de imágenes degradantes de la mujer. Cuando todos sabemos que esos mensajes ofensivos participan de un modo decisivo en que se sigan matando, violando y explotando vilmente a las mujeres con vertiginosa facilidad.
Podríamos proseguir legitimando del mismo modo a los defensores de la dignidad animal que ejecutasen toreros. O a los partidarios de una sanidad saludable si optasen por quemar farmacias hasta chamuscar a sus adobados boticarios dentro por abotargarnos de medicamentos peligrosos. O a los ecologistas explosionando centrales nucleares para castigar a los pobladores de esos territorios por permitir que sus ayuntamientos toleren tan peligrosos moradores.
¿Por qué esos sanguinarios de la fe, llámense Hezbolá, Hamás, Djadid, Al Qaida, Boko Haram, Estado Islámico, y muchos más ignorantes que andan por los cinco continentes encharcando todo lo que pisan de sangre humana, han de beneficiarse de derogación alguna para impedir ser sometidos a la criba de la opinión pública, para no pasar a través de la malla de la crítica satírica? En Occidente tenemos que renunciar a someter los contenidos prácticos del ejercicio efectivo de nuestros derechos y libertades a la negociación con quienes no comparten los valores fundacionales de nuestras sociedades democráticas. Los derechos y libertades no se defienden según consideraciones y contingencias sobre las necesidades de la sociedad. Las libertades son innegociables porque son consustanciales a nuestro sistema democrático, aunque el islamismo radical no lo entienda.
Por lo tanto, ya basta de dar cobijo sin suficientes garantías a esos musulmanes ilustrados que predican en las mezquitas el doble lenguaje, exaltando los versos ‘revelados’ por Mahoma en La Meca que entonces propugnaba un islam pacifico, de amor y de misericordia, al mismo tiempo que omiten (seguramente para no tener que censurarlos expresamente, pero que para los yihadistas no pasan desapercibidos) explayar los versos de ese mismo profeta en Medina tiempos después, de carácter inconfundiblemente guerreros, violentos al extremo que invitan descaradamente a matar a los infieles.
El islam es la única religión monoteísta que no ha hecho aún sus deberes. Ese mundo tiene pendiente forjar una teología islámica que, sin renunciar al espíritu de su fe, produzca un modelo alternativo y convincente que sea capar de barrer delante de su casa el yihadismo fascista que aflora por todos sus poros y que les hace bascular con demasiada facilidad hacia interpretaciones violentas de sus textos sagrados. Para ello recurren al empleo de un lenguaje empobrecido, reducido a la más elemental expresión, vestido de un ‘prêt-à-porter’ interpretativo que da nula cuenta de los complejos problemas de nuestro tiempo, con los que el mundo islámico tarde o temprano tendrá que enfrentarse; como son, sin ir más lejos, las relaciones entre el hombre y la mujer. El Corán, hay que afirmarlo sin miedo, puede contener la semilla de la destrucción, del crimen y de la exclusión si éstos no se combaten por parte de la propia comunidad musulmana.
A Georges Wolinski, un día frío, triste y preñado de desesperación, le sacamos de paseo por última vez camino del cementerio de Père Lachaise con intensa alegría, compasión y pena a la vez, imaginándonos lo que ese coloso del humor sintió ante la eminencia de su bestial desaparición.
Le despedimos un día plomizo con la rabia culpable por no haber estado junto a él para plantar cara a sus verdugos, en ese preciso momento. Con el jazz de Miles Davis y un simple ramo de anémonas junto a su último dibujo al viento posado en su caballete (como la bandera en la punta del mástil de un barco pirata), le rememoramos como en esos años posteriores a aquel mes de mayo, años durante los cuales tanto nos hizo reír. Y eso que lo que ocurrió en el 68 no siempre tenía gracia. Con cada uno de sus dibujos, nos recordaba incansablemente una y otra vez que, la irrespetuosidad intrépida es la mejor garantía de que nuestras mentes no están colonizadas, de que la ironía, el humor, la sátira, el sarcasmo son armas al servicio de la libertad contra los tiranos, la mezquindad y la estupidez.
Ante el hoyo que acogieron sus cenizas, a modo de oración fúnebre, el «ils ont tué Jaures!», que precedió el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial, se metamorfoseó en nuestras mentes en un «han asesinado a Wolinski» sobrecogedor. Llanto premonitorio de esa otra guerra total y pérfida que el islamismo antisemita, intolerante y brutal ha declarado a nivel mundial, a la democracia y a sus valores. Georges era un dibujante de prensa mítico, influyente en varias generaciones, que seguía practicando su maravillosa actividad cumplidos ya los 80 años. Con su ‘Je ne pense qu’a ça’, su obra maestra, hace cinco décadas esculpió en nuestras mejillas de adolescentes ingenuos e inconformistas un pliego de rostro sarcástico, de eterna inocencia, que algunos llevamos aún encima.
Hoy ya sabemos que sus asesinos, ellos, solo piensan en devastar.