Historias y memorias

JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 22/06/14

Joseba Arregi
Joseba Arregi

· La sociedad vasca tiene la oportunidad de enfrentarse a su relato propio, dominado por ETA, para cimentar la calidad de su futuro.

Renan escribió que lo que constituye a las naciones es compartir un propósito común, así como compartir el mismo olvido sobre su pasado. Y si uno recurre a la ayuda de grandes historiadores como Tony Judt para saber lo que sucedió tras la Segunda Guerra Mundial con la memoria del Holocausto y sus consecuencias, constata que el olvido es la clave de la supervivencia de no pocas naciones europeas.

Quien fuera arzobispo de París, cardenal Lustiger, dijo en una entrevista que los franceses nunca agradecerían lo suficiente a De Gaulle haberles hecho creíble la mentira de la resistencia. Si Hitler no consiguió, a pesar de todo, eliminar por completo al pueblo judío y completar su genocidio, tampoco las naciones que se construyen sobre el olvido lo consiguen del todo. No solo por lo que dice el filósofo norteamericano Santayana, que quien no recuerda la historia está condenado a repetirla, sino también por el esfuerzo de historiadores que sacan a la luz los momentos, los actos, las vergüenzas y las realidades que nos esforzamos en olvidar o en desfigurar.

Los vascos, tras la decisión de ETA de abandonar la lucha armada obligada por el éxito de la lucha antiterrorista, vivimos la oportunidad de preguntarnos cuál ha sido nuestra posición en la historia definida por ETA. Porque la historia reciente de Euskadi, algo más de cincuenta años, ha estado definida, sobre todo, por ETA. También se han producido otras cosas importantes que nos han afectado como la muerte de Franco, la Transición, la instauración de la democracia con la aprobación de la Constitución de 1978, la aprobación del Estatuto de Gernika con una capacidad nunca vista de autogobierno. Pero, y es la misma ETA quien lo dice, es ésta la que ha condicionado de una manera diferente y radical la vida de los vascos. En EL CORREO del 2007 de este mismo mes, se transcribe la siguiente frase de Ainhoa Ozaeta: «Hablamos para salir del paso de la intencionalidad política de negar los cambios en el País Vasco». Los cambios son los que vienen de la mano de ETA –la renuncia a la violencia–, no la Constitución y el Estatuto.

La sociedad vasca está ante la oportunidad de enfrentarse a su propia historia dominada por ETA y formularse algunas preguntas, pues de ello depende la calidad de su futuro. No se trata tanto de convivencia y reconciliación. Ni la una o la otra serán posibles sin la confrontación con nuestra historia. El historiador citado, Tony Judt, en uno de sus libros dedicado a la recopilación de sus recensiones de otros autores, comenta con espíritu crítico la obra de otro gran historiador, Eric Hobsbawn.

No es crítico con su obra de historiador, sino con lo que no aparece en ella. Se muestra especialmente crítico con su incapacidad de enfrentarse al comunismo y a las consecuencias de la historia del comunismo en Europa, siendo así que él mismo fue parte de ese movimiento comunista. Dice Judt que Hobsbawn rehúsa mirar al mal a la cara y no se atreve a nombrarlo por su propio nombre, que no lleva a cabo ninguna valoración política y tampoco moral de la herencia de Stalin. Y escribe: «Si la izquierda quiere recobrar la confianza en sí misma y dejar de estar arrodillada tenemos que dejar de contarnos historias que nos tranquilicen sobre nuestro pasado» (‘Reappraisals / Re-evaluaciones’, p. 126). Como se ve, el autor se incluye como alguien de la izquierda. Pero lo que dice vale para todos.

En la misma edición de EL CORREO antes citada aparece la transcripción de otro miembro de ETA, Igor Suberbiola, que dice lo siguiente: «Ha llegado la hora de resolver las causas del conflicto y reparar las consecuencias y el sufrimiento». La cuestión es resolver las causas del conflicto, matando y dejando de matar. Lo dice un miembro de ETA, pero son muchos los que han explicado la historia de terror de ETA como consecuencia del conflicto. Si del conflicto se deriva la necesidad del terror, de la necesidad de renunciar al terror, ¿qué se deduce? ¿La desaparición del conflicto porque está al alcance de la mano la consecución de aquello que legitimó matar?

Judt habla de no contarse historias tranquilizantes si se quiere dejar de estar arrodillado, hundido en tierra. EL CORREO, en la misma edición, cita otra frase, ésta de Jon Salaberria: «El proceso de desarme se produce de forma unilateral, incluso contra la voluntad de los gobiernos español y francés». No es ETA, no es su proyecto político el que está derrotado, sino que ETA ha puesto de rodillas, ahora con el desarme, a Francia y a España. Buena forma de tranquilizarse a sí mismo. Y si fuera verdad lo que dice Salaberria, ello significaría que la historia de terror de ETA ha servido, ha sido efectiva, que da frutos, uno de los cuales, el más terrible, es que los asesinados vuelven a ser asesinados, pues estuvo bien su primer asesinato, ha sido bueno para la sociedad vasca.

Evaluando la obra de Edward Said –el autor de ‘Orientalismo’–, dice Judt que criticaba más a los palestinos que a Israel, y que lo hacía porque creía que era su deber como palestino. Y escribe, citando al propio Said: «En consecuencia, como interesantemente observaba Said pocos meses antes de su muerte, yo todavía no he sido capaz de entender lo que significa amar un país». Ésta es, por supuesto, la condición propia del cosmopolita desenraizado. No es cómodo ni seguro vivir sin un país que amar: puede descargar sobre tu cabeza la hostilidad ansiosa de aquellos para quienes dicho desenraizamiento sugiere una corrosiva independencia de espíritu. Pero es liberador: El mundo sobre el que miras puede no ser tan tranquilizador como la vista gozada por los patriotas y los nacionalistas, pero tú puedes ver más lejos. Como escribió Said en 1993, «no tengo paciencia con la posición de que nosotros debiéramos estar sólo o principalmente preocupados con lo que es nuestro» (‘Re-evaluaciones’, 166).

¿Estaremos aún a tiempo de mirarnos en el espejo de nuestra historia? La oportunidad aún está ahí.

JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 22/06/14