El ministro de Justicia llevaba lo suyo encima cuando le tocó suceder en el cargo a la novia de Garzón, que se había retratado aplaudiendo al comisario Villarejo la creación de un prostíbulo para sonsacar información a empresarios de entrepierna agradecida: “información vaginal, éxito garantizado”. En su primera actuación como ministro de Justicia, (23-1-2020) Juan Carlos Campo se manifestó partidario de una reforma del Código Penal, para modificar los delitos de rebelión y sedición, “figuras más propias de ataques a la soberanía en el siglo XIX, cuando se pensaba en ataques con tanques en la calle”.
Qué fenómeno, el ministro. Le bastaría consultar la Wikipedia, un ejercicio intelectual a su alcance, antes de abrir la boca; el primer tanque del mundo fue británico. Se llamó Mark I y se estrenó la mañana del 15 de septiembre de 1916 durante la Batalla del Somme, que fue la degollina más feroz de aquella Guerra Mundial, con más de un millón de bajas entre los dos frentes.
Cinco meses después de su alarde histórico explicó que vivimos una crisis constituyente y que junto a ella, “tenemos también un debate constituyente, no podemos dejar a nadie fuera”. Ahora ha vuelto a opinar sobre el tema a cuenta de los indultos, sobre los que nos pedía el lunes que “los indultos de los condenados por el procés se vean con “naturalidad”, tanto si son favorables como si no lo son”.
Una vez asentado que Sánchez envilece cuanto toca no había razón para circunscribirse solo a la moral. También el lenguaje. ¿Cree el ministro que hay dos clases de indultos, los favorables y los desfavorables? Por muy de Campo que sea debería saber que indultos son las peticiones que de tal gracia se hacen al Gobierno y son aprobadas por éste. Si el Ejecutivo las rechaza no llegan a ser indultos, hombre de Dios.
¿Qué se necesita para la obtención del indulto? Pues según la Ley de 18 de junio de 1870, en la que se trata el tema, se requiere la petición de los condenados o sus familiares, o de la Fiscalía o del Tribunal sentenciador, en este caso el Supremo, que hará constar las pruebas o indicios de sus respectivos arrepentimientos y elevará la petición al ministro de Gracia y Justicia; en el caso que nos ocupa, solo de Justicia porque Gracia tiene más bien poca.
La Fiscalía se opone al indulto y todo hace pensar que el Supremo hará otro tanto. Los condenados se niegan a pedir tal gracia, bien porque aspiran a más, “nuestra opción es la amnistía”, dice Oriol Junqueras o porque, como en el caso de Jordi Cuixart: “no aceptaremos ninguna humillación, ni arrepentimiento ni indulto. Lo volveremos a hacer”. En ningún caso parece que el Supremo puede avalar un indulto para un condenado que se muestra tan resuelto a reincidir.
El indulto deberá firmarlo el Rey y plantear a Felipe VI semejante tesitura sería por parte de la banda de Sánchez un equivalente a ciscarse en aquel discurso del 3 de octubre de 2017 que tanto consuelo supuso para tantos españoles, incluyendo en este colectivo a la mayoría de los ciudadanos catalanes. Un aliciente más para el doctor Fraude, que esperará al verano para perpetrar la fechoría, aunque se equivoca si cree que le puede salir gratis. Lo volverán a hacer, ya lo verán.