EL CORREO 18/09/13
LUIS HARANBURU ALTUNA
En el atasco producido en la ponencia parlamentaria sobre la paz, otra vez se está haciendo cuestión del llamado suelo ético, que tras haber sido pactado por el PNV, PSE y PP en la anterior legislatura, no es aceptado por EH Bildu. El famoso suelo ético contiene la condena expresa del terrorismo de ETA y ello lo hace inaceptable para los actuales herederos del MLNV. Frente a este estado de cosas, el PNV se muestra reticente a plantarse frente a la izquierda abertzale y su estratega para el tema de la paz y la convivencia parece dispuesto a rebajar, una vez más, el listón ético con tal de conformar a la izquierda abertzale. El problema es que el suelo ético por si solo es un requisito de mínimos democráticos y mal se puede encarar una convivencia política entre los vascos, si quienes han apoyado el terrorismo se muestran renuentes a su rechazo y condena.
Dicen que lo de la culpa es una categoría religiosa o moral y obvian por ello realizar una lectura autocrítica de su historia política. En el supuesto de que la culpa y la reparación de los crímenes del pasado pertenezcan al ámbito de lo religioso, ello no obsta, sin embargo, para que asuman su responsabilidad política en los crímenes, estragos y extorsiones cometidos por ETA. Son precisamente los actuales miembros de EH Bildu quienes reivindican el carácter político de los presos de ETA, así como el de su actividad en los últimos cincuenta años y por ello mismo sería exigible su responsabilidad en el ámbito político. Pero se niegan en redondo a asumir no solo la culpa, sino la responsabilidad política de su anterior andadura. Ni lo uno, ni lo otro. Se sienten orgullosos de su pasado y piensan que el apoyo recibido en forma de votos los exonera de cualquier responsabilidad política. Utilizan la misma lógica que el PP de Bárcenas, que pretende estar libre de responsabilidad en virtud de los votos obtenidos.
Olvidan que la responsabilidad política no se agota ni siquiera con la solicitud del perdón. La responsabilidad política no caduca ni con un aluvión de votos, ni con la falsa contrición de que «todos somos, de algún modo, culpables». La responsabilidad política es la que hace posible el sistema democrático. Sin responsabilidad, no cabe autoridad democrática.
En el libro de Hannah Arendt sobre Adolf Eichmann, otra vez de actualidad gracias a la película de Margarethe von Rotta, se narra cómo el criminal se niega por activa y por pasiva a reconocer su culpa y se declara inocente pese al número y la calidad de las evidencias aportadas en su contra. Dice que él recibía órdenes y se limitaba a cumplirlas. Eichmann fue el colaborador necesario para que millones de judíos fueran exterminados en los campos de concentración nazi. Fue un funcionario de la muerte celoso y cumplidor hasta la banalidad. Y es ante la ceguera irresponsable de Eichmann cuando Hannah Arendt reflexiona sobre la profundidad del mal operado en el seno de la sociedad alemana del Tercer Reich y concluye en la capacidad del totalitarismo para cambiar el sistema de valores y silenciar las conciencias. El mismo Eichmann lo expresa con aterradora claridad cuando desafiante se pregunta: ¿Y si Hitler hubiera vencido, acaso estaría yo ante este tribunal? Efectivamente, si Hitler hubiera vencido, ni el juicio de Nuremberg se hubiera producido, ni el de Jerusalén hubiera juzgado al principal responsable de la ‘Shoah’. Es este, también, el mecanismo de relatividad moral el que está actuando en el caso vasco y tras el que se escuda la izquierda abertzale para negarse a condenar su pasado y a asumir la responsabilidad política que le corresponde. ETA ha sido vencida, pero en su fuero interno se considera vencedora, habida cuenta del respaldo electoral y del poder institucional alcanzado.
No es porque la culpa sea una categoría moral por lo que se niegan a condenar a ETA, sino porque ello implica la asunción de la responsabilidad política. Es en las urnas, dicen, donde se dilucida la responsabilidad, y nosotros contamos con el aval de los votos. No son capaces de encarar su culpa y ello les impide asumir la responsabilidad política.
Desde estos postulados es absolutamente imposible el que la ponencia del Parlamento vasco o el plan de paz de Urkullu y Fernández alcancen algún fruto más allá del mareo perdiguero. Lo grave, con todo, no es que el plan de paz termine demediado o roto, sino la persistencia en la sociedad vasca de una conciencia inmune al crimen político, que ve con normalidad la reiterada burla a las víctimas del terrorismo. El ninguneo de las víctimas se ve incrementado por la incapacidad de la clase política para situar a cada cual ante su responsabilidad política.
El totalitarismo tiene la virtud de trastocar el sistema de los valores. Es capaz de convertir el crimen en una ‘ekintza’ o puede hacer de un terrorista un ‘gudari’. Esta capacidad de transformar las conciencias es todavía más letal, para el sistema democrático, que los 858 asesinatos cometidos. La negación de toda responsabilidad política por parte de EH Bildu se inscribe en la traumática situación política que ETA nos ha deparado a los vascos y es en su virtud como la irresponsabilidad política y la abyección moral puede alcanzar carta de naturaleza.
En este momento crucial de nuestra historia política, sería lamentable que el PNV diera la callada por respuesta o que simplemente mirara a otro lado en aras de la ‘realpolitik’. Es seguramente lo que etnopacifismo demanda, pero va en ello la honorabilidad del nacionalismo vasco en su conjunto. No es posible construir la convivencia desde la irresponsabilidad política de quienes han matado en nombre de la nación vasca. Están muy bien los acuerdos y los pactos fiscales, pero es más importante situar con claridad el horizonte de nuestra convivencia.