IGNACIO CAMACHO-ABC

  • En torno al aborto hay que evaluar circunstancias, matices, casos. Manejar las palabras ‘siempre’ y ‘nunca’ con cuidado

En la política actual no hay polémica que dure más de una semana. La del aborto en Castilla y León se ha disuelto en la constatación de que el célebre protocolo de los latidos era un proyecto fantasma. Todo ha sido un escándalo artificial, postizo, una tormenta en un vaso de agua. Con palabras de Góngora: humo, polvo, sombra, nada. Carnaza tendida por Vox, aprovechada por el Gobierno y mordida por un PP siempre dispuesto a caer en cualquier trampa. El lunes saltará otra liebre falsa para que los partidos puedan proseguir la campaña.

Ahora ya dejará de importar el aborto, que se suponía la cuestión de fondo. Un asunto sobre el que revolotean demasiados criterios categóricos, opiniones lo bastante rotundas para imponérselas a los otros desde la presunción intransigente de que nuestros valores propios rigen para todos. Así se hacen en España las leyes desde que se rompió el consenso, ese odioso concepto propio de ‘moderaditos’, de tibios, de centristas, de eclécticos. El que manda, en especial si es de izquierda, impone sus dogmas, su credo, su convicción impermeable de hallarse en el lado ideológico o moral correcto. Guerra cultural, lo llaman: implantación de una hegemonía gramsciana capaz de dominar los marcos de pensamiento.

Los hombres tenemos una ventaja al respecto: no abortamos. Podemos, a lo sumo, influir, proponer, sugerir, recomendar, pronunciarnos, pero no tenemos que decidir si dar o no ese paso dramático. Desde esa distancia esencial, en la que declararse a favor o en contra es relativamente fácil, este articulista aconsejaría no darlo. Por principios, claro. Pero la ley, el ordenamiento jurídico, ha de evaluar circunstancias, ponderar matices, contemplar casos. En una materia de esta complejidad conviene manejar las palabras ‘siempre’ y ‘nunca’ con sumo cuidado.

A mi modesto parecer, no debe confundirse la libertad con el derecho. El derecho primordial es la vida y no puede ser orillado, como ocurre demasiadas veces, de manera inconsistente o frívola. Cosa distinta es que en una sociedad plural y en determinadas situaciones deba existir libertad para que las mujeres decidan y que haya que garantizar ese albedrío mediante una razonable regulación normativa. Así lo entendía la primera ley, la de los supuestos, aunque acabase resultando un coladero. Pero en su imperfección se trataba al menos de un coladero susceptible de generar cierto acuerdo social con el tiempo.

Nunca he sabido si envidiar o desconfiar de los que albergan o creen albergar muchas certezas. Sí sé que no los admiro porque sospecho que se pierden el vértigo borroso, ambiguo, aventurero, de la existencia, ese aprendizaje a la fuerza donde surge una nueva pregunta tras cada respuesta. Allá cada uno. Yo confieso que dudo. Que me falta formación, inteligencia o carácter para estar seguro de entender en toda su dimensión la diversidad del mundo.