Rebeca Agudo-El Español
A Pablo Iglesias, tan aficionado a las estrategias e intrigas juegotroneras, le han cambiado el tablero, sin notificación previa, y lo han dejado ahí, jugando al ajedrez con su tablero de parchís y una ficha de la oca.
Él que estaba tan a gustito -a lo Ortega Cano– tomando el cielo por asalto, convencido de que la revolución sería feminista o no sería, seguro de que el masculino genérico iba a ser la mayor de nuestras preocupaciones durante toda la legislatura -que hasta le habían cambiado el nombre al partido pasando de «Podemos» a «Unidas Podemos»- y llega una pandemia sin avisar y lo deja sin apenas relevancia en la gestión de esta crisis. Una, encima, de verdad.
Y a Sánchez le viene de perlas. Mientras a Iglesias se le hincha la vena y alienta caceroladas al Rey, atiza a la oposición (este fenómeno es nuevo, el de hacer oposición a la oposición desde el Gobierno) y culparla de la situación, él sale con su homilía fútil, como el hijo imposible y churrullero que habrían tenido Churchill y Bucay si la naturaleza gastase bromas de mal gusto, pidiendo unidad y adhesión a su gestión. Él no va a polemizar ni a descalificar a nadie. Dice. De eso ya se encarga el otro. Esto lo añado yo.
Mientras tanto, un Iván Redondo poseído por el espíritu de Jack Torrance aporrea una Adler, generando más Nada con ínfulas, mientras repite una y otra vez, enajenado y en voz alta, lo que decía la Vetusta Morla: «Todo es solo una apariencia. Un juego en la Nada. Nada es verdad. Nada es importante».