ALBERTO AYALA-EL CORREO

Pablo Iglesias no parece que haya asaltado los cielos, pero no creo que esté descontento de sus siete años en la vida política española. En tan poco tiempo ha logrado tocar poder y ser vicepresidente segundo del Gobierno de coalición y es el líder absolutísimo de Podemos, tras cargarse uno tras otro a cuantos dirigentes morados han osado plantarle cara.

Aún así el horizonte de Podemos presenta muchos más nubarrones que claros. Las autonómicas del pasado verano dejaron a los podemitas como fuerza extraparlamentaria en Galicia y perdieron buena parte de su representación en Euskadi. En Valencia, Compromís les ha comido el terreno. En Madrid la gresca entre pablistas y errejonistas se ha saldado en favor de estos últimos, aunque en perjuicio general de la izquierda. Y en Andalucía los podemitas vuelven a ser una suerte de Izquierda Unida rediviva tras la ruptura con la exlíder regional Teresa Rodríguez y los suyos.

En otras palabras, los socios de Pedro Sánchez son en este momento Iglesias, Irene Montero, el núcleo de dirigentes que pisa las moquetas del poder y los Comunes de Ada Colau. De ahí la relevancia de los resultados de las próximas elecciones catalanas, aplazadas a mayo por el interés de casi todos en desinflar el ‘efecto Illa’ y en que la pandemia frene en seco en las próximas semanas las expectativas al alza del PSC.

En Comú Podem tiene su caladero de votantes en la izquierda y en el independentismo republicano. Busquen ahí la explicación al último exabrupto de Iglesias. A la vergonzosa comparación que hizo la noche del domingo entre Puigdemont y los exiliados republicanos de 1939. A su testaruda negativa a decir sin tapujos que el expresident de la Generalitat y los demás líderes del fallido ‘procés’ están en prisión por saltarse la ley. Y a su afirmación de que lo que hizo el líder de JxCat no es moralmente reprobable, como sí lo son las nada ejemplares andanzas económicas del Rey emérito.

Es evidente que a Iglesias no le tiembla el pulso ni para confrontar públicamente con Sánchez, ni para desbordar el vaso otra vez con guiños electoralistas injustos e impresentables al independentismo, ni para contribuir al blanqueamiento de EH Bildu sin que haya cumplido los mínimos éticos que le son exigibles. La política, según el catecismo podemita, es así. Ya solo nos falta saber si Iglesias tragará con los recortes en las pensiones que nos exige Bruselas con tal de seguir en el poder. El domingo dijo que votarán no. Pero también que el Gobierno no se romperá. Algo no cuadra.