Juan Pablo Colmenarejo-Vozpópuli
- Para la democracia española del 78, la Unión Europea se ha convertido en la última frontera antes de pisar el terreno definitivo de la decepción
Los pronósticos del Fondo Monetario Internacional (FMI) caerán en el olvido hasta que se cumplan. Tal vez no haga falta saber más sobre lo que se nos viene encima. En realidad, no lo necesitamos, puesto que ya está aquí. España tiene por costumbre enredarse con lo peor del pasado y lo inquietante y propio de cualquier futuro. La energía debería emplearse en el presente, con una epidemia que no se va a ir de la noche a la mañana y con unas consecuencias económicas que abren un socavón irreparable durante años. La Comisión Europea no cerró la crisis del euro hasta agosto del 2017, diez años después de las primeras señales del estallido. En la actual, sabemos muy bien cuándo ha sido el principio, pero ignoramos por completo cuándo se alcanzará a ver el final.
La crisis es un drama sin apellidos. Se nos ha ido de las manos, porque para una buena parte de los que nos gobiernan es una oportunidad única e irrepetible. La ciudadanía observa con perplejidad una batalla política que va mucho más allá. Sea como fuere, España ha entrado en un tiempo incierto. No somos tan diferentes a otros países que están sometidos por el virus. Lo que nos hace distintos es la presencia en el Gobierno de España de una formación política cuyo objetivo ha sido, desde su fundación, descomponer la democracia liberal hasta hacerla irreconocible. El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, ha tomado el mando, con el consentimiento de Pedro Sánchez.
Con sus defectos, pero también sus virtudes, la democracia del 78 se ha sostenido gracias a unos pilares que ahora empiezan a ser horadados
Iglesias sabe cómo se desmonta un Estado de Derecho. Tanto él como otros dirigentes de Podemos, incluido el escindido Íñigo Errejón, conocen cuales son los mecanismos para echarlo abajo. Venezuela es el caso práctico. Sánchez tiene un poder que para ser mantenido en el tiempo necesita ser colonizado desde dentro. Una democracia liberal es un gobierno tripartito. Los tres poderes hacen de contrapeso y tienen vida propia, en compartimentos separados. Con sus defectos, pero también sus virtudes, la democracia del 78 se ha sostenido gracias a unos pilares que ahora empiezan a ser horadados. En Iglesias, Sánchez ha encontrado un especialista que abre brechas y derriba puertas a trompazos.
No fue casualidad que a finales de junio se produjera el traspaso de la gestión de la epidemia a unas comunidades autónomas que se han visto desbordadas por una crisis global y planetaria. Sánchez e Iglesias necesitaban soltar ese lastre y ponerse manos a la obra. El acoso y marginación del Rey, junto con el cerco a los jueces, entroncan con el proceso independentista en Cataluña. El Rey se puso al frente del Estado para frenar el golpe y los jueces demostraron su autonomía condenando a los culpables de la sedición. Ahora, Iglesias, aliado de todos los partidos que buscan el final del sistema del 78 y su Constitución, se ha puesto al frente de la revancha. Con los independentistas a favor, ya se ha visto el apoyo del PNV a la ley para controlar a los jueces, el poder está garantizado sin fecha de caducidad. El desmontaje incluye la eliminación de la alternativa.
Sánchez fue a la Puerta del Sol para hacer más grande la grieta dentro del Gobierno regional de coalición. La aparente sintonía del ministro Illa con Aguado va a más
Sánchez e Iglesias van a mantener muy caliente el fuego de la división política. Ahora mismo Vox, con su intento de sustituir al PP, es un contribuyente neto al sostenimiento de Sánchez en el poder. Les guste o no, tanto en el corto como en el medio plazo el único que engorda con Vox es el binomio Sánchez-Iglesias. Los jueces son la obsesión. Lo de Madrid es otra, entre ceja y ceja, pero también una necesidad para frenar cualquier atisbo de respuesta regeneradora. Sánchez fue a la Puerta del Sol para hacer más grande la grieta dentro del Gobierno regional de coalición. La aparente sintonía del ministro Illa con Aguado, el vicepresidente regional de Madrid, va a más. Y nada de lo que ocurra a partir de ahora será casualidad.
A cuatro manos
Aunque suene a escándalo, desde el verano, el gran problema de España no es la pandemia y sus letales consecuencias para la vida y el pan de cada día. Sánchez e Iglesias han abierto la caja de los truenos, de mutuo acuerdo y en beneficio de ambos. Los obstáculos van a ser superados hasta que se topen con la Unión Europea. El asalto al poder de los jueces podría salir gratis, en otro momento. España necesita el dinero de la Unión Europea y Sánchez sabe que buena parte de su poder se va a basar en cómo reparta los millones. Se ha jugado una baza arriesgada y peligrosa, pero le da igual. Para la democracia española del 78, la Unión Europea se ha convertido en la última frontera antes de pisar el terreno definitivo de la decepción.
Tanto los ultraderechistas en Polonia como la derecha dura en Hungría han aprobado leyes para purgar a los jueces acusados de nostálgicos comunistas. Aquí en España, especialmente desde la extrema izquierda y el independentismo, se señala a los jueces por ser presuntamente de derechas, aunque sus investigaciones y sentencias en asuntos relacionados con el PP no lo confirmen. Iglesias ve en los jueces un enemigo a batir. Ahora también por razones personales. O la Unión Europea abre los ojos a tiempo o esto se habrá acabado tal y como lo hemos conocido desde 1978. El binomio Sánchez e Iglesias manejan en el mando a cuatro manos.