JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO

  • Dentro de cada uno de los dos bloques que ha creado la polarización, los aliados rivalizan más que colaboran y fomentan un ambiente de inestable transitoriedad

En este sentido, una amplia mirada a lo que viene ocurriendo en el país, por no mencionar ahora otros horizontes más lejanos, nos descubre una realidad más variada y compleja de lo que la estricta actualidad impone. Muchos datos, si no todos, coinciden en apuntar a una realidad que, sin caer en alarmismos, podría calificarse de inestable y fluida. Como si nos encontráramos en un período de transición hacia no se sabe dónde, en el que, tras un seísmo, las placas tectónicas que la componen se hallaran todavía en proceso de acople y asentamiento. Y es que, limitándonos a la estructura política, el boom de nuevos partidos de la década pasada -Ciudadanos, Podemos y Vox- ha tenido el efecto inmediato de desordenar el orden establecido desde la Transición, pero sin lograr articular otro nuevo que lo reemplace. Dislocados los viejos partidos, no han encontrado tampoco los nuevos el lugar que aspiran a ocupar. De momento, y esto es lo llamativo, a ninguno le gusta el compañero que ha escogido para consumar el viaje.

Veamos tres ejemplos significativos. En Andalucía, no es que el aliado externo, Vox, se haya desentendido de apoyar los Presupuestos y amenazado con poner término a la legislatura, sino que ni siquiera los dos socios de Gobierno, PP y Cs, aciertan a ponerse de acuerdo sobre la conveniencia de completarla. Peor están aún las cosas en la Generalitat de Cataluña. Ha sido el aliado venido de fuera, la CUP, el que ha puesto en un brete a una coalición gubernamental de intereses tan encontrados, que muy poco le faltaba, desde que comenzó la legislatura, para que entrara en crisis. Y, en el Gobierno central, son los socios de Gobierno, sin la contribución de los externos, los que no cejan en el empeño de exhibir más signos de rivalidad que de cooperación. En un punto coinciden los tres: en que las alianzas resultan ser más inestables cuanto más afines son los aliados. Cada uno crece a costa del socio, por lo que el afán por suplantar sus bases programáticas y electorales estorba lo que debería ser la tarea compartida de gobernar. El apaño cortoplacista a salto de mata y el gesto publicitario ocupan el lugar que correspondería al común proyecto político de alcance. A modo de estrambote, habría que añadir a los tres casos citados el atípico de Euskadi, donde, pese a la falta de afinidad ideológica entre los socios y de la consiguiente rivalidad electoral, el flamante secretario general del PSE ha tenido la extemporánea ocurrencia de insinuar un futuro acoplamiento con Bildu que, vaya o no de farol, incomoda e inquieta la bien avenida coalición actual. ¡Será por el efecto contagio o por el afán de epatar, que es otra de las notas que caracterizan la actualidad!

Lo más importante e inquietante de todo ello es, en cualquier caso, que el estadio de transitoriedad tiene visos de convertirse en definitivo. Sustituida la alternancia pacífica por el bloquismo frentista, no se prevé un futuro en que la rivalidad entre afines sea sustituida por la colaboración entre dispares. Se echa a faltar esa fuerza flexible -la otrora apreciada y hoy denostada bisagra- que sea capaz de sumar fuerzas en vez de consumir energías en hacer gala de autenticidad ideológica y restar eficacia a la gestión. La actualidad política seguirá dictando su norma y hará que la realidad profunda, la social, discurra por pasadizos subterráneos hasta que reviente en un volcán. Y ya empiezan a percibirse, aquí y allá, enjambres sísmicos que anuncian la erupción.