Independencia líquida

EL CORREO 24/11/13
JAVIER ZARZALEJOS

· Esta Cataluña independiente, de españoles sin España y de euro sin Europa es la formulación del despropósito soberanista

Tarde o temprano, todos los proyectos independentistas se topan con el mismo problema: ¿qué hacer con los españoles? En el caso vasco, ETA se respondía a esta pregunta con su peculiar contabilidad de la muerte. Entre los que matara, los que expulsara, los que ya ha matado y expulsado, sin empleados públicos estatales ni fuerzas armadas ni de seguridad, los españoles residuales que permanecieran quedarían silenciados y sometidos; eso sin contar con los que se unirían a la causa por diferentes motivos. Los pocos que se resistieran podrían ser utilizados por la propaganda oficial como la quinta columna española empeñada en sabotear los logros de la independencia. Todo ventajas. Lo describió Orwell y hoy lo parodia trágicamente Nicolás Maduro en Venezuela.
En otra versión del independentismo, la del PNV, se puede recordar la fórmula dada por Xabier Arzalluz: los españoles en la Euskadi independiente serían como «alemanes en Mallorca». Fue de agradecer la sinceridad de la declaración al reconocer que la independencia implicaría la extranjerización de cientos de miles de conciudadanos. Eso sí, fallaba en dar por supuesto que esa Euskadi independiente continuaría como parte de la Unión Europea y que españoles extranjerizados y vascos independizados compartiríamos la común –y todavía difusa– ciudadanía de la Unión. De este modo, los españoles –igual que los alemanes en Mallorca– podrían votar y ser votados en elecciones locales, como también precisó el dirigente nacionalista.
En Cataluña, los independentistas han querido mejorar la oferta. Ante la pregunta obvia que cientos de miles de catalanes pueden hacerse legítimamente sobre los planes de CiU, ERC, CUP y sus acompañantes en el movimiento nacional, el líder de Esquerra Republicana, Oriol Junqueras, aseguraba que quien quisiera tendría la doble nacionalidad, catalana y española, ya que la Constitución –española– prohíbe privar de la nacionalidad española a quien la tenga de origen. Si fuera así, el resultado podría ser un enorme ridículo para el independentismo. Millones de catalanes –seguramente la mayoría– en un pueblo que se dice que anhela liberarse de la dominación española, mantendrían la nacionalidad de quienes les roban. Y de lo ridículo a lo políticamente surrealista, porque para que eso sea posible, los independentistas alegan la Constitución que buscan romper. Para rematar su plan, Junqueras también encontró la solución al problema monetario: no pasaría nada porque la Cataluña independiente continuaría con el euro. Esta Cataluña independiente, de españoles sin España y de euro sin Europa, es la formulación del despropósito soberanista. Un juego ventajista que adultera el discurso democrático con el supuesto ‘derecho a decidir’ y fabrica una ensoñación a la medida de sus pretensiones. Por eso, en Cataluña unos días la independencia se eleva a las alturas de la épica más radical y revolucionaria del pueblo en marcha, y otros se tranquiliza al alma burguesa de la sociedad catalana asegurando que el cambio apenas se notará: seguirán siendo españoles y pagando con euros aunque sepan que, si se llegara a ese punto, ni lo uno ni lo otro sería cierto. Es una curiosa manera de exigir que los catalanes ‘decidan’ cuando en torno a esa decisión hay de todo menos claridad, cuando las instituciones democráticas se ponen al servicio de la confusión y se somete el debate público a la hegemonía del bucle soberanista.
En esta independencia líquida caben todas la formulaciones, desde la exacerbación de sentimientos peligrosamente cercanos al odio para magnetizar las lealtades del independentismo hasta súbitos ataques de estima a España para retener a los más reservones diciéndoles que la independencia les dará lo mejor de los dos mundos, porque Cataluña se independizará de España pero España no se independizará de Cataluña.
Sólo desde una posición profundamente sectaria que instrumentaliza el sistema democrático se puede admitir con naturalidad que el presidente de la Generalidad, Artur Mas, podría convocar unas «elecciones plebiscitarias» como remedo del referéndum si este no se pudiera llevar a cabo, que es lo probable. ¿Elecciones plebiscitarias?, ¿declaración unilateral de independencia? Muchos creen que aunque este viaje alucinado del soberanismo catalán no llegará a su objetivo último, el empecinamiento de los independentistas hace casi inevitable lo que se ha denominado el ‘accidente insurreccional’, un episodio provocador de desafío global y deliberado al orden constitucional que exigirá una respuesta al límite por parte del Estado. Las elecciones plebiscitarias o la declaración unilateral de independencia podrían ser modalidades de ese episodio que buscaría crear una situación irreversible que ponga en evidencia la imposibilidad de hecho del Estado para ejercer su jurisdicción en una parte del territorio.
No hay proceso político alguno, y menos democrático, con un debate público en el que los independentistas adaptan la independencia a lo que sus audiencias desean oír en cada caso; en el que las instituciones y los procedimientos democráticos se someten a la instrumentalización de las estrategias sectarias del nacionalismo; en el que crece la confusión en vez la claridad sobre los propósitos y las consecuencias de la puja soberanista. Lo que hay es lo que se manifiesta: la quiebra interna de la sociedad catalana, la división, la petrificación de sentimientos inciviles, la ofuscación identitaria. En suma, las condiciones para que la frustración de la ensoñación independentista deje un paisaje de devastación cívica y encono sentimental como el que ya emerge en Cataluña.