DAVID GISTAU, ABC – 30/07/14
· Si de verdad todo se sabía y durante tres décadas hubo impunidad para Pujol, la última pregunta que me hago hoy es la más incómoda. ¿Por qué ahora sí?.
LA confesión de Pujol, a quien sus contemporáneos tienden a ubicar aún en vida en un ámbito en el que se rinden cuentas ante Dios pero no ante la ley, ha propiciado en la sociedad catalana dos reacciones que me parecen contradictorias. Aunque ambas confluyen en una misma sensación de orfandad, o de amputación del pasado, o de decepción por el descubrimiento de que los Reyes Magos no existen, que no se da en sociedades más cínicas y capaces de gestionar con madurez la convivencia con una cleptocracia de coartada patriótica, véanse los peronistas. Percibo una envidiable inocencia colectiva, protegida de todas las agresiones de la experiencia, en esa posibilidad de conmocionarse aún por la revelación de que también los próceres son cautivos de la condición humana. Viendo a Pujol, a edad tan avanzada, metido en un embrollo que incluso le acarreará una condena a «damnatio memoriae», siento alivio por saber que al menos su familia auténtica, la de la sangre, que no los innumerables hijos políticos, no podrá decir que está consternada y defraudada. Los viajes del primogénito a paraísos fiscales con el maletero cargado de billetes de quinientos nos permiten pensar que, al menos en casa, a Pujol no pasarán de pronto a verlo como un extraño que los mantuvo engañados.
Procedo a detallar las dos reacciones contradictorias. Por edad y por tener la residencia radicada en Madrid, mi conocimiento de los años del pujolismo no me autoriza más que a formular preguntas. Estos días he procurado leer cuanto escribieron comentaristas catalanes que sí vivieron esos años y a cuya inteligencia suelo entregarme. Y también he hablado con compañeros de profesión y amigos catalanes para que me explicaran por qué estaban tan atónitos. Esto es lo que no acierto a comprender.
Por una parte, están los consternados. Los que no se lo pueden creer. Los que confiaron en la infalibilidad del líder providencial hasta aceptar una dependencia patológica. Una amiga periodista pone a sus padres como ejemplo de este culto de los abducidos por Pujol que arrastró a muchos nacionalistas al independentismo sólo porque Pujol dijo que independencia era lo que ahora tocaba.
Por otra parte, están los que dicen que esto siempre se supo. Que Maragall cometió el desliz, inmediatamente corregido, de referirse en sede parlamentaria a un lubricante de la obra pública conocido por todos, como era el 3%. Leo incluso testimonios de los periodistas que en los años ochenta eran represaliados por el conglomerado nacionalista por atreverse a hacer las preguntas inadecuadas, o simplemente por resistirse a aceptar esa identificación con la patria agraviada a la que Pujol acudía a acogerse a sagrado como si lo buscaran los alguaciles.
Si de verdad todo se sabía y durante tres décadas hubo impunidad para Pujol, la última pregunta que me hago hoy es la más incómoda. ¿Por qué ahora sí? Es decir, aun asumiendo la independencia judicial, y más con un juez como Ruz que la tiene demostrada, ¿por qué a Pujol no le sucedió nada cuando era un personaje vertebral de la Transición con prestigio de estadista clave, y en cambio le sucede todo ahora que en la vejez se ha propuesto demoler la Constitución? ¿A esto se referían los que avisaron a Mas de que, tarde o temprano, el Estado cae con todo su peso encima de los que lo desafían? Conste que no me extraña que lo investiguen ahora, sino que no lo hicieran antes, que dispusiera de una patente de corso para robar mientras fuera útil en el cotarro.
DAVID GISTAU, ABC – 30/07/14