Inocencia

ABC 22/11/13
DAVID GISTAU

· Ahora que vuelven a detectarse agitaciones ideológicas, cabe esperar de un diputado nacional que no contribuya a blanquear extremismos

En su gran libro sobre el asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas, Sciascia advierte del repudio por parte de la inteligencia oficial al que se enfrentaría, en la Italia de la época, cualquier intelectual que se atreviera a discutirle coartadas morales al terror procedente de la extrema izquierda. Semejante custodia de la pureza utópica también tuvo lugar en España. Basta recordar la atroz «boutade» de Juan Benet acerca de que el único problema de Solzhenitsyn fue que se le permitiera salir vivo del gulag. Esta penetración gramsciana en el relato histórico permitió que uno de los dos totalitarismos genocidas del siglo XX evolucionara, sin apenas rendición de cuentas, hasta una presunción de inocencia, insólita si se recuerda que Stalin recomendaba matar tanto como para que los muertos se convirtieran en una estadística en la que fuera imposible personalizar la tragedia. En su gigantesca obra sobre el colapso de la URSS, que vivió como corresponsal de prensa, David Remnick escribe que, para la confianza de los militantes de base soviéticos, fue demoledor el anuncio de Gorbachov de que la matanza de los bosques de Katyn había sido obra del Ejército Rojo, y no de los nazis. Encerrados en una burbuja de propaganda, los rusos habían llegado hasta los años ochenta convencidos de que comunismo y terror eran términos imposibles de asociar.La ignorancia de aquellas gentes era comprensible. No así la del diputado Gaspar Llamazares, que vive en una sociedad en la que circula la información, en la que existen compendios de conocimientos históricos. Aun así, se ha descolgado con una reflexión sobre que la izquierda, por definición, no produce muerte ni terror. La ocultación de la genealogía comunista ha sido perfecta, y está en el mismo origen del maniqueísmo con el que ha ingresado en la memoria nuestro propio siglo XX, incluida la albertiana «Belle-Époque» que fueron los años de guerra y sacas. Sólo esta aceptación de la impunidad moral, absolutamente deshonesta desde un punto de vista intelectual, explica que el comunismo conserve un prestigio redentorista que supone un insulto para la lucha de la democracia liberal contra las dos plagas totalitarias. Pero Llamazares no puede desconocer las Brigadas, ni la Baader-Meinhof, ni siquiera el barniz ideológico de ETA y de su extensión en la izquierda «abertzale», que tantas simpatías insanas captó aún durante el posfranquismo, cuando hasta existía una culpa de portación de uniforme que en sí ya justificaba un asesinato.
Ahora que la crisis ha debilitado los cimientos institucionales de la democracia liberal, y que vuelven a detectarse, como reacción a esto, anacrónicas agitaciones ideológicas, cabe esperar de un diputado nacional que no contribuya a blanquear extremismos de los que existen pavorosas improntas. Sea o no, lo que ha dicho, una nueva «boutade».