RAÚL LÓPEZ ROMO-EL CORREO

  • Enfrentar a los afectados por el terrorismo con los de la dictadura es causar un problema queriendo arreglar otro, y seguir instalados en las trincheras

Las víctimas han pasado en pocos años del silencio y la «muerte social» (Michael Mulkay) a la centralidad en el espacio público. En España, que carece de sólidos mitos de origen (no es Francia con su revolución, ni Estados Unidos con su independencia), se quiere ahora asentar la idea de que las víctimas deberían ser la base de nuestra democracia. Pero en un país huérfano de referentes compartidos, el efecto es que cada familia escoge reivindicar al grupo de damnificados con el que se siente más cómodo porque los ve como propios, y no tanto denunciar la injusticia de las distintas victimizaciones y a todos los perpetradores que hay detrás.

Como explicó Reyes Mate, estamos en la era de las víctimas. No siempre ha sido así. A lo largo de la historia ha habido otras figuras que han disfrutado de mayor protagonismo y admiración; sobre todo, los héroes guerreros. Ya no. Ahora se pone el foco en los afectados por la violencia, no en los que la provocan. Este cambio, que es sustancialmente positivo, tiene derivadas perniciosas. Junto a las víctimas reales, hay quienes se victimizan interesadamente, lo que supone una afrenta para las primeras porque banaliza su dolor. Se hacen las víctimas porque esperan ganar atención y prestigio. O, peor, los victimarios buscan así que los respaldemos cuando hacen daño: ‘Es que yo también sufro’; ‘es que el otro atacó primero’.

Criticar la instrumentalización de las víctimas se ha convertido en un mantra, aunque quienes lo denuncian no ven que a menudo caen en lo mismo. Si nos detenemos a analizar ese fenómeno, que afecta a todas las ideologías, notaremos que es más complejo de lo que parece, que toma diferentes formas y que unas son más nocivas que otras.

En relación con el terrorismo, la instrumentalización de las víctimas más clara, grave y larga es la que protagonizaron ETA y su entorno. Es necesario recordarlo y ponerlo en su lugar. Primero, porque, al igual que otras bandas, pero en mucha mayor cantidad, asesinaron para conseguir algo a cambio, en su caso un Estado vasco soberano, conculcando el imperativo categórico de Kant de que las personas son un fin en sí mismo y no una herramienta para lograr tus objetivos. Segundo, porque se presentaron como los auténticos mártires y con ello construyeron una comunidad cerrada y justificaron sus crímenes.

Por otro lado, supone una instrumentalización todo intento de cargar contra el rival político adueñándose del papel de representante genuino o exclusivo de las víctimas, preocupándose más por ganar guerras culturales que por la diversidad del colectivo y la complejidad del pasado. La izquierda tiende a hacerlo con las de la Guerra Civil y el franquismo. La derecha, con las del terrorismo. Mientras, nadie se atreve a lidiar con sus propios fantasmas. Esto no es una excepción local. Por eso en Francia hay tantos museos dedicados a la resistencia, pero tan poca información sobre el colaboracionismo con los nazis.

Pero hay más. Según la criminóloga Gema Varona, periodistas o académicos instrumentalizamos a las víctimas al convertirlas en objeto de estudio para nuestras investigaciones o reportajes. La intención suele ser contar su historia. Pero es inevitable que haya personas que no se reconozcan en el relato, pese a que procuramos no hablar en su nombre ni en el de todas.

También es utilizar a las víctimas el oponer unas ‘que perdonan’ a otras ‘que odian’ dando a entender que existen buenas y malas en función de sus pronunciamientos en torno, por ejemplo, a la necesidad de hacer justicia o a la cuestión de acercarse al otro.

Hay una solución, que es asumir el significado político de las víctimas. Esto no quiere decir que tengan una connotación partidista, sino comprender que no sufrieron un accidente o una enfermedad, que no dieron su vida, sino que se la arrebataron, tal y como se enuncia en la ley vasca 4/2008, de 19 de junio, de Reconocimiento y Reparación a las Víctimas del Terrorismo. Quisieron imponernos a todos unas ideas particulares. Dichas ideas, mientras sus impulsores no se desmarquen de los brutales métodos que emplearon, quedan tan deslegitimadas como estos.

El terrorismo es tóxico para la democracia. No solo genera irreparables pérdidas humanas. También polariza y tensiona la vida pública. Esto se ve a diario, con debates llenos de insultos, faltos de rigor y sobrados de falsos dilemas. Por supuesto, es legítimo criticar aquellos aspectos del posterrorismo que nos disgustan, empezando por los pactos con Bildu, sin ser automáticamente acusados de manipular a las víctimas. Es obvio que a muchas les d uele y ofende, más cuando Sortu sigue sin condenar a ETA. Pero enfrentar a las víctimas del terrorismo con las de la dictadura o viceversa, sin abordar los propios déficits en relación con la memoria de unas u otras, es causar un problema queriendo arreglar otro, y seguir instalados en las trincheras. A las víctimas hay que escucharlas y respetarlas en su pluralidad, no elegir bando.