Mikel Buesa-La Razón
- Así que lo mucho es más bien poco; y la empatía con la que los españoles nos compadecemos del sufrimiento ucraniano se queda en buena intención.
Alguna vez he traído a esta columna el adagio en el que Julio Caro Baroja se apoyó para observar que las mentiras, como las verdades, sirven para conocer a los hombres. Decía así: «como creo en lo que invento, no me parece que miento». Las invenciones gubernamentales han sido abundantes en estos últimos días, pues parece que sólo sabe construir su discurso político –orientado hacia las próximas elecciones– sobre el engaño. El presidente Sánchez se personó en el parlamento ucraniano para afirmar que, desde España, «hemos hecho mucho, hemos prestado todo tipo de apoyo, desde armamento de alta gama o ayuda financiera hasta el mayor paquete humanitario que jamás hayamos entregado a un solo país». Y el caso es que unos días después el Instituto para la Economía Mundial de Kiel (Alemania) publicó un informe demoledor en el que se destacaba que, en términos relativos, nuestro país está a la cola de esa ayuda –con un coste que apenas llega al 0,03 por ciento del PIB– y en valor absoluto se cifra en 390 millones de euros, muy lejos que las cantidades barajadas por los principales países europeos. Así que lo mucho es más bien poco; y la empatía con la que los españoles nos compadecemos del sufrimiento ucraniano se queda en buena intención.
Claro que, para invenciones fabulosas, las de la vicepresidenta Calviño, para quien la historia de España ha empezado con los gobiernos socialistas, singularmente en materia de protección social y derechos femeninos. Así le he oído en la radio atribuirse la ley del divorcio –como si el divorcio fuera una prerrogativa de la mujer–, ignorando que en estos tiempos modernos quien restableció esta figura del derecho civil fue la UCD. Y después siguió una perorata en la que todo en estas materias se lo debemos al partido al que está vinculada. Esta señora debe creer que el voto femenino lo promulgó Felipe González y no fue obra de la Constitución de 1931 y de los esfuerzos de Clara Campoamor –que, por cierto, no era socialista–. ¡Vivir para ver! Uno ya no sabe si todo esto es pura ignorancia, mentira deliberada o si tenía razón Caro Baroja: las invenciones parecen verdades y estamos sumidos en la confusión.