JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-ABC

  • Fiar al olvido la traición a la palabra dada puede funcionar una vez, dos veces, pero difícilmente tres. Sánchez está agotando el cupo de su credibilidad. O está con Jáuregui o está con Ábalos

La pregunta que se hacen muchos socialistas de largo aliento es el porqué de la innecesaria opción radical de Pedro Sánchez. El Gobierno tiene en su mano la mayoría absoluta para los Presupuestos sin necesidad de contar con los escaños de ERC y de Bildu. La suma de los partidos de la coalición más los de Ciudadanos, PNV, PDECAT, Más Madrid y Compromís le asegura la aprobación de las cuentas públicas y, seguramente, le garantiza la legislatura. De tal manera que la opción radical de apoyarse en dos partidos antisistema parece o un monumental error táctico o un planteamiento de futuro que atenta contra la integridad del sistema constitucional.

El planteamiento que asumen la mayoría de los socialistas es el que expuso con sus habituales serenidad y sensatez este domingo en ‘niusdiario.es’ Ramón Jáuregui, exministro socialista y antes vicelendakari del Gobierno vasco, según el cual si el apoyo de Bildu a los Presupuestos “es sin negociación previa, es inevitable porque se trata de una decisión autónoma de Bildu. Si es un apoyo buscado y negociado, no es bueno, porque era innecesario y políticamente es inconveniente”. Cree que, además, perjudica al PSOE porque “la mayoría de la opinión pública no lo acepta”.

Tras reconocer el derecho de los barones discrepantes a expresar su criterio en un debate interno que “brilla por su ausencia”, Jáuregui aclara que los socialistas nunca habían dado el paso de “pactar con Bildu”, ofreciendo la clave de por qué no hay que hacerlo: “Tienen todavía un recorrido ético sin hacer y anuncian que el móvil de su acción política en Madrid es tumbar el régimen”. Y les reclama lo que la inmensa mayoría de los ciudadanos sensatos: “El suelo ético del final requiere el reconocimiento del mal causado y la responsabilidad por la decisión de matar y un relato de la verdad construido sobre la memoria de las víctimas”.

Como es coherente con esas palabras, Jáuregui sostiene que “la mayoría de la investidura no es ni adecuada ni suficiente para gestionar la crisis institucional y socioeconómica de España (…) el PSOE debe liderar el rumbo del Gobierno y debe hacerlo en los términos de nuestro proyecto histórico para España, gobernando desde la centralidad y para todos los españoles (…) los vetos y la polarización son inadmisibles y quedan para ERC y Podemos. No para nosotros”.

Las reflexiones de este socialista vasco, que se ha distinguido por su característica moderación, se dan de bruces, sin embargo, con las de José Luis Ábalos, ministro de Transportes y secretario de Organización del PSOE, que, en un ejercicio de frivolidad —por utilizar una expresión convencional—, afirmó este domingo en ‘El País’ que “Bildu ha sido más responsable que el PP con los Presupuestos”. Preguntado si el “PSOE cruje por Bildu”, se atreve a decir: “La gente del PSOE no tiene ningún problema”. Más adelante, vuelve a masajear a Bildu elogiando su “responsabilidad”. El blanqueo que proporciona el ministro y alto dirigente socialista al partido de Otegi es realmente de una torpeza, de una insensibilidad y de una distorsión moral que provocan perplejidad.

En la Moncloa y en Ferraz, saben muy bien que han tomado dos decisiones erróneas: la primera, ceder ante ERC en retirar del proyecto de ley educativa el carácter del castellano como lengua oficial y vehicular,; y la segunda, dar la sensación —este lunes, se negó la existencia de acuerdo alguno— de haber alcanzado con Bildu un pacto para la aprobación del Presupuesto. Esas dos determinaciones —no se sabe si tácticas o estratégicas— han provocado por primera vez en mucho tiempo un perceptible malestar interno en el PSOE. Porque ambas diluyen sus señas de identidad, son incoherentes con su trayectoria desde 1978, se apartan de las mayorías de consenso ciudadano, priman a los peores extremismos que pretenden ‘tumbar el régimen’ y presentan a Pablo Iglesias como el hombre-brújula de la travesía gubernamental.

La partida en el socialismo se juega entre el planteamiento de Jáuregui y el de Ábalos, entre la sensatez del vasco y la frivolidad del valenciano, entre la vocación de continuidad con el pacto de la transición a que apela el vicelendakari o la disrupción que parece propugnar el ministro de Transportes. El silencio de Pedro Sánchez permite suponer que el presidente está reflexionando sobre el alcance de los errores que ha permitido cometer y que él ha cometido. No le va a valer que vuelva a trampear, como hizo en 2019 cuando vetó a Iglesias y prometió no apoyarse en los independentistas.

La tentación de las personas con lenguaje descomprometido y volátil es siempre la misma: de momento hago esto, luego cambio y siempre gano. Fiar al olvido la traición a la palabra dada puede funcionar una vez, dos veces, pero difícilmente tres. Sánchez está agotando el cupo de su credibilidad. Y tiene que decidir: si se reconoce en la sensatez de Jáuregui o en la frivolidad de Ábalos. El primero es un discurso para ir a Europa en sintonía con la socialdemocracia; el segundo es una oratoria de pantuflas y pasillo doméstico poco presentable en la UE. Que nos vigila. Recuerden que el socialista vasco, tras su periplo como parlamentario en Bruselas, es uno de los mejores conocedores de los intríngulis de la Unión. Y allí, extravagancias, pocas.