Qué bueno es el documental Traidores, de Jon Viar. Han escrito ya sobre él importantes artículos Juan Claudio de Ramón, Daniel Gascón o, en este periódico, David Mejía. Aprovechando que se ha prorrogado su disponibilidad en la web de RTVE hasta el 20 de noviembre, me animo a escribir yo también. Nadie debería perdérselo.
Es una gran obra contra ETA y su caldo de cultivo nacionalista, esencialmente antidemocrático. Subrayo lo primero: es una gran obra. Viar consigue hacer una película personal sobre un asunto colectivo, poniéndose a sí mismo como receptor de ese asunto. La historia pasa, amenaza, trastorna, deriva en crímenes, oprime y envilece a una sociedad, y un niño se obsesiona con ella y la combina con otra obsesión, su pasión, el cine.
En el documental que hace de adulto, el que estamos viendo, inserta secuencias que rodó de adolescente sobre atentados, secuestros, extorsiones y voladuras de cochecitos de juguete con petardos. Sus terroristas son, además de terroristas, mafiosos: clarividencias del cine, de aplicación a ETA.
El director Viar aparece en las entrevistas reales, preguntando, escuchando, y narra en off con una voz parecida a la del doblador de Woody Allen pero con un acentillo vasco. Hay también un toque Nanni Moretti. Esto, unido al aspecto de Viar, mezcla de Franco Battiato (¡Nappiato!) y John Turturro, fomenta la transmisión de su estupor indagatorio. Se muestra como un personaje neurótico, algo desvalido, que quiere saber: y su carácter nervioso, frágil pero tozudo, en último extremo inconquistable, resulta al cabo un signo de salud en un entorno enfermo.
Detrás está el padre, Iñaki Viar, que fue etarra de la primera hornada y después lúcido analista de la iniquidad del terrorismo y la perversión de la sociedad que lo fomenta o consiente, al igual que otros como Mikel Azurmendi, Teo Uriarte o Jon Juaristi. Su crítica no solo del terrorismo sino también del nacionalismo, su procedencia, les hicieron pasar por traidores: a ETA y al pueblo vasco.
Iñaki Viar, que hoy es psicoanalista lacaniano, analiza la inercia de asumir acríticamente la palabra de los padres; aquel hilo de la mentira nacionalista del que escribió Juaristi. Por el contrario, el sujeto debe «poder aspirar a ser dominado por sus propias palabras, a construir él las palabras que dirijan su vida».
El hijo Viar ha construido sus propias palabras en una manera emocionante de ser fiel al ‘traidor’, su padre (al que a veces saca con máscara), que ha culminado en este documental.