FERNANDO SAVATER-EL PAÍS

  • Sánchez no pierde ocasión de excusar su catarata de reniegos apelando al supremo bien del país

La ventaja que tienen los dictadores puros y duros sobre los gobernantes autoritarios y trapaceros pero que quieren dárselas de demócratas es que los primeros se molestan poco o nada en justificar sus atropellos. Como nadie es capaz —de momento: toda dictadura por larga que sea es momentánea— de cortocircuitar su poder políticamente, el dictador puede renunciar a la careta de benefactor: si eventualmente la adopta es por cosmética, no por necesidad. Cuando Voltaire fue a Leipzig a encontrarse con el gran Federico, vio en las calles de la ciudad numerosos pasquines criticando al rey y hasta insultándole. Con discreción transmitió a Federico su asombro por este relajo y el tirano se rio: “Mire, mi pueblo y yo tenemos un acuerdo. Ellos dicen lo que quieren y yo hago lo que me da la gana”. Como Sánchez es un autócrata que no quiere parecerlo, a diferencia de otros iliberales que conocemos, no pierde ocasión de justificar su catarata de reniegos y traiciones apelando al supremo bien del país. Para ello cuenta, claro, con sus paniaguados institucionales y con sus medios adictos que causan sonrojo por lo que afirman sin sonrojarse. Al ciudadano a quien las acciones hacen cornudo, encima se le apalea con razones para humillarle mejor.

Es obvio que la ley de amnistía no favorece la convivencia entre catalanes sino la sedición de unos y el mayor sojuzgamiento de otros. También es evidente que la ofrenda de Pamplona a Bildu no les integra en la Constitución sino demuestra que hicieron bien resistiéndose a ella. Y la denuncia de lawfare no limpia de politización a los jueces sino que los inmola a las razones políticas de los delincuentes. Etcétera ¡Con lo fácil que sería reconocer que el único motivo de tantas tropelías es lograr apoyos para que Sánchez pueda gobernar pese a estar en minoría!