Iñaki Ezkerra-El Correo
La larga colección de errores del Gobierno nos sitúa ante un dilema: la bolsa o la vida
Empezaron banalizando las mascarillas (como escaseaban, dijeron que no eran necesarias); pasaron a la banalización de los test masivos (seguimos sin ellos a dos meses y medio de iniciado el estado de alarma aunque ya nadie los eche de menos); dieron luego el paso de banalizar las cifras de fallecidos (reduciéndolas a una estadística que baila sin descanso ni rigor a la vez que presentando como una noticia a celebrar el medio centenar de ellos que aún tenemos a diario) y ahora nos encontramos en una nueva etapa paralela a la de la denominada ‘desescalada’: la banalización del propio virus. Se habla de fases 1 y 2 como si la amenaza ya no existiera, lo cual no resulta sorprendente si, como digo, hemos banalizado antes la misma muerte. El único acuse de recibo de nuestros responsables públicos se limita a una lógica que habría hecho las delicias de los sofistas griegos y que alcanza su apoteosis en el siguiente razonamiento: «¿De qué nos sirve salvar la vida si luego no tenemos para vivir?».
La economía o la salud. La bolsa o la vida. Éste es el dilema de atraco ante el que nos ha situado la larga colección de errores y horrores en el tratamiento oficial de la epidemia. El Gobierno que se presentaba como el más avanzado socialmente de nuestra historia nos ha devuelto a un debate del siglo XIX: el del drama de la industrialización europea, en el cual hubo, como hoy, quienes presentaban el desarrollo económico en términos de un «inevitable» coste de vidas humanas. Conviene recordar, sin embargo, que tal planteamiento ya entonces halló una respuesta vigorosa en los fundadores de la ‘medicina social’, concepto que, por cierto, aparece por primera vez expuesto en un texto médico de referencia de la Francia de 1848. Del populismo postmarxista hemos saltado, así, en el tiempo a los orígenes del propio marxismo pues 1848 es también el año de la publicación del Manifiesto Comunista.
O salud o economía. En ese debate decimonónico estamos o, peor aún, de ese debate huimos dando tácitamente por sentado que debe primar la segunda sobre la primera; resignándonos a un Gobierno que se muestra incapaz en el siglo XXI de intentar siquiera compaginar las dos y a una oposición que es asimismo incapaz de denunciar el anacronismo. Aquí la pelea no es ya por garantizar la erradicación de los contagios sino por qué comunidad autónoma ha sido o no ha sido agraciada con el codiciado premio de poder exponer a la infección a todos sus ciudadanos. Aquí no se libra nadie de la banalización del contagio y del contagio de la banalización. Aquí la izquierda usa el coronavirus para negar la libertad y la derecha usa la libertad para negar el coronavirus.