La cara B del debate

DAVID GISTAU-El Mundo

La cadena A3 dotó los prolegómenos de un gran sentido del espectáculo. Recordaba las coberturas de la HBO para las peleas por el título mundial, incluyendo la llegada de los púgiles –que usan un Cadillac Escalade, no un taxi demagógico– con los integrantes de sus esquinas y las manoplas de calentamiento en el vestuario. Luego al ring no salió Lomachenko y ahí fue donde todo empezó a estropearse.

Una vez ubicados, las preguntas de Vallés y Pastor parecieron las del conductor de una terapia de pareja que invita a los pacientes a desahogarse diciendo qué les disgusta del otro. Que ronca. Que se acuesta con otros. Que dice una cosa y hace la contraria. Que se trae a casa una pandilla de amigotes delictivos. Porque tanto Casado, que se empleó en general con mayor nervio que la víspera, como Rivera, que se excedió acreditándose un poco repipi como liberal fetén, aprovecharon para endosar a Sánchez su mayor lastre, el de sus compadreos con las peores tribus de extramuros conjuradas para la voladura nacional. Ahí fue donde Sánchez logró otra hazaña de la que sin duda es su principal característica como ser humano, la desfachatez. «¡Desahogao!», habría dicho Carmina. Si la víspera se atribuyó una subida de las pensiones debida a los presupuestos del PP –«¿y quién prorrogó los Presupuestos, eh, eh?»–, en esta otra ocasión, el hombre que muñó la moción de censura con independentistas, que envió un emisario a la cárcel para negociar con ellos sus Presupuestos y que tramitó mientras pudo las 21 peticiones de Torra, dijo sin inmutarse: «¡Yo jamás he pactado con independentistas!». Mientras, Iglesias seguía apegado a esa actitud de santurrón constitucionalista que va por el patio del recreo mediando en las peleas –«estoy sintiendo mucha vergüenza», llegó a decir como un catequista al que le hubieran pintado un pene en los apuntes– que ya el día antes lo convirtió en un personaje periférico y mendaz comparado con su propia mismidad del antiguo revolucionario pleno de violencia verbal.

El debate fue enmarañado y sucio, se solapaban, se hacían remoquetes infantiles, no se les entendía. Adoleció de un problema, la sensación reiterativa en los asuntos medulares, zanjados apenas unas horas antes en TVE. Por eso los programadores buscaron argumentos alternativos, basados por ejemplo en cuestiones morales como el aborto, con lo cual todo quedó como un debate de la cara B del disco, ya escuchado el hit. Sánchez y Rivera se hicieron la charlotada de intercambiarse libros, la tesis trucha y el libro sobre Abascal de Dragó, que seguro que agradece la publicidad. Por cierto, ¿se me ha escapado o ningún día se habló de esa urgencia histórica que era la momia de Franco?