IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Este escándalo representa la expiación tardía de las responsabilidades ocultadas bajo la alfombra del estado de alarma

Con James M. Cain aprendimos que el cartero de la vida (o de la oportunidad, o de la responsabilidad, o de la justicia) siempre llama dos veces. El Gobierno de Sánchez quizá creyese que el mensajero que le llevaba la factura de la gestión de la pandemia había pasado de largo ante su puerta pero se empieza a dar cuenta de que entre Koldo, Ábalos y Cía lo han traído de vuelta. La catarsis política de aquellos días oscuros había quedado pendiente salvo en la comunidad madrileña, donde Ayuso tuvo en 2021 la intuición suficiente para hacerla estallar en unas elecciones que dejaron tocado al presidente y fuera de combate a Pablo Iglesias. Y ahora el escándalo regurgita parte de la basura acumulada en esos días bajo la alfombra del estado de alarma, la censura informativa, los falsos comités de expertos, los sermones de Simón el Embustero y toda aquella sarta de mentiras con que nos bombardearon mientras presumían de salvarnos la vida.

Porque resulta que Koldo y otros muchos como él se estaban enriqueciendo durante el confinamiento. Que ellos vieron una ventana de lucro cuando tú te asomabas al balcón como única vía de escape del encierro. Que tú aplaudías a los médicos y esta tropilla de desaprensivos les suministraba mascarillas truchas a precio de estraperlo. Que tú cumplías las órdenes aguantando con toda tu familia en un piso de sesenta metros y ellos gozaban de libertad de movimientos para hacer trampas con nuestro dinero. Que el país entero se estremecía de miedo en tanto los comisionistas de confianza iban y venían sin restricciones por los pasillos de autonomías y ministerios. Que había millones de españoles sometidos a regulación de empleo mientras en la esfera de poder pululaban ventajistas expertos en sacar provecho del sufrimiento ajeno. Y que bajo el pretexto de la emergencia se abrió una sima de privilegios entre los que estaban fuera y los que estábamos dentro.

Es probable, casi seguro, que el abuso ocurriese en muchos sitios, a distinta escala y bajo administraciones de diverso signo. Pero a éstos los han pillado con las manos en el carrito y por el nivel de sus contactos se han convertido no sólo en el símbolo de ese tiempo maldito sino en el epítome de un estilo de gobernar impregnado de hipocresía, ocultaciones y cinismo. La máscara de solidaridad progresista se ha caído y con ella la ficción de un Ejecutivo denodadamente entregado a la lucha contra el virus. De ahí los nervios que sacuden al Gabinete y al partido, zarandeados por una grave crisis reputacional que desnuda su ufano talante político. La corrupción personal, el agio puro y duro, era un tabú creado por ellos mismos, que encima se habían permitido redefinirla en el Código Penal para favorecer a sus amigos. A ver qué clase de birlibirloque legislativo se inventan para salir del compromiso y lograr que el cartero de la expiación se vaya de vacío.