ABC-IGNACIO CAMACHO

El PSC es un partido nacionalista más; no rupturista por ahora pero claramente alineado con el proyecto identitario

ANTES de coaligarse con los ocho partidos que ha elegido para armar su investidura (que son diez si se cuentan los integrados en Coalición Canaria y Más País, y trece si se añaden las franquicias regionales de Podemos), Sánchez tiene que pactar con el suyo. No con la militancia que le come en la mano de sus consultas plebiscitarias, ni con ese grupo de lúcidos ex dirigentes que llaman desdeñosamente «la vieja guardia» y que son el último depósito de una verdadera socialdemocracia, sino con el PSC, su propia marca catalana, que le pone condiciones, le exige ministros de confianza, le reclama el reconocimiento de la «plurinacionalidad» –qué diablos significará eso– de España y, en definitiva, se le sube a las barbas y lo trata como si fuera una facción ajena y no una teórica organización hermana. El presidente le ha entregado a Miquel Iceta la batuta de esa orquesta heterogénea que es más bien una banda, una amalgama de intereses dispersos que sólo puede interpretar partituras desafinadas y a cuyo son, como no podía ser de otro modo, el Gobierno va a bailar a pie forzado una sardana.

Ya es significativo que Iceta haya empezado exigiendo que en el Gabinete se siente gente «cien por cien PSC», es decir, de su núcleo duro, del círculo íntimo. Nada de tipos como Borrell, que tenía perfil autónomo, marcaba su estilo y no resultaba grato a los separatistas por las lecciones que les daba en sus momentos intempestivos. Necesita colocar en Madrid interlocutores fluidos que respalden sin fisuras ni resquicios la estrategia del futuro tripartito: soberanistas en Barcelona y en Madrid lo bastante ambiguos para defender los mantras del diálogo o del federalismo y, llegado el caso –que llegará– la libertad de los presos sediciosos y la apertura de nuevos «cauces políticos». Ministros, en suma, disciplinados ante las exigencias del independentismo.

Porque el PSC es desde hace tiempo un partido nacionalista más; no rupturista por ahora pero claramente alineado con el proyecto identitario. Su líder ha llegado incluso a sugerir una secesión a plazos. Ése es el instrumento que Sánchez precisa para tender puentes de complicidad con Esquerra manteniendo una cierta apariencia de lealtad al Estado. Está por ver aún que esa treta logre convencer a los radicales republicanos, pero es su única esperanza de incorporarlos al pacto. Llevan meses hablando, con la mutua aversión a Puigdemont y Torra como punto de acuerdo básico, y con la oferta de un trato que supondría para todo el procès una amnistía moral y política de facto.

Queda la Constitución, ese pequeño detalle. Nada que no pueda burlarse con legitimidades paralelas, privilegios parciales, mesas de negociación y leyes habilitantes. Iceta lo sabe. Por eso la alianza del PSOE con sus correligionarios catalanes se ha convertido en la condición primaria para la nueva coalición Frankenstein.