La coartada republicana del independentismo catalán

GONZALO LÓPEZ ALBA – EL CONFIDENCIAL – 17/08/15

· Los ‘Cuadernos’ de Azaña, impulsor del primer Estatuto de Autonomía, son testimonio directo de que la Generalitat antepuso el camino hacia la independencia a la defensa de la II República.

La retirada de la imagen de Juan Carlos I del salón de plenos del Ayuntamiento de Barcelona, la iniciativa de ERC para eliminar la “nomenclatura borbónica”de las calles y espacios públicos de la Ciudad Condal… son actos que pretenden echar leña a la caldera de la distinción entre ‘buenos’ y ‘malos’ catalanes, provocando en el imaginario colectivo una asociación de ideas que identifique España con Monarquía y Cataluña con República, a partir del presupuesto formalmente incontestable de que esta es un régimen más democrático que aquella.

No son gestos provocados por “una fiebre de verano”, como ha dicho a propósito del movimiento secesionista Martín Rodríguez Sol, exfiscal superior de Cataluña y candidato de UDC para las elecciones de septiembre. Basta con leer los Cuadernos de Manuel Azaña, que fue inspirador, promotor y hasta redactor directo de muchos artículos del primer Estatuto de Autonomía de Cataluña, para saber que, cuando en España hubo República, la Generalitat antepuso el camino hacia la independencia a la defensa del aquel régimen, incluso durante la guerra desatada por la rebelión militar que condujo a la dictadura de Franco.

La similitud de las tensiones políticas actuales entre el Gobierno de España y la Generalitat con las que se vivieron entre la Generalitat y el Gobierno de la II República es apabullante. La discusión del proyecto de Estatuto para Cataluña se produjo en el Congreso entre octubre de 1931 y  agosto de 1932, y toda la esperanza que Azaña había puesto en su efecto “conciliador” se diluyó cuando, en octubre de 1934, Companys proclamó el “Estat català”, una decepción que luego se vio acentuada por el comportamiento que tuvo la Generalitat frente el alzamiento militar de 1936, ante el que pretendió asumir la posición de una nación “neutral”. 

El testimonio de Azaña

Escribió entonces Azaña: “Asaltaron la frontera, las aduanas, el Banco de España, Montjuic, los cuarteles, el parque, la Telefónica, la Campsa, el puerto, las minas de potasa, crearon la consejería de Defensa, se pusieron a dirigir su guerra, que fue un modo de impedirla, quisieron conquistar Aragón, decretaron la insensata expedición a Baleares para construir la gran Cataluña de Prat de la Riba…”, amén de delegaciones en el extranjero, pretensión de recaudar todos los tributos del Estado, etc.

Harto del victimismo nacionalista que le reprochaba una acción continuada para rebajar el gobierno autonómico y expresaba su temor a la supresión de la autonomía, Azaña concluyó a su pesar: “Todas aquellas invasiones [de competencias], si la paz se hubiera restablecido pronto, habrían sido otros tantos triunfos en sus manos”, pues la Generalitat actuó “en franca rebelión e insubordinación y si no ha tomado las armas para hacer la guerra al Estado será o porque no las tiene o por falta de decisión o por ambas cosas, pero no por falta de ganas”.

La similitud de las tensiones actuales con las que se vivieron entre la Generalitat y el Gobierno de la II República es apabullante

A la postre, el que fue presidente de la II República y también de varios de sus Consejos de Ministros, hubo de lamentarse de que “por lo visto es más fácil hacer un Estatuto que arrancar el recelo, la desconfianza y el sentimiento deprimente de un pueblo incomprendido”, y advirtió de que, a tenor de lo que estaba ocurriendo, si el pueblo español se viera en el trance de “optar entre un federación de repúblicas y un régimen centralista, la inmensa mayoría optaría por el segundo”.

Y en las mismas andamos casi un siglo después, con la afortunada diferencia de la estabilidad de la democracia y la desaparición de los espadones.

Una “transfusión de sangre”

Ahora como entonces, la convivencia cooperativa entre Cataluña y el resto de España no puede asentarse sino en la común aceptación de la fórmula propuesta por José Ortega y Gasset en España invertebrada: “No viven juntas las gentes sin más ni más y porque sí; esa cohesión a priori sólo existe en la familia. Los grupos que integran un Estado viven juntos para algo; son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo”, un algo que no puede ser otra que cosa que “un proyecto sugestivo de vida en común”.

De ahí que, como decía del más preclaro de nuestros filósofos, el “problema español” sea –siga siendo– ante todo “un problema pedagógico”, pues la política debiera ser, primero y antes que nada, “pedagogía social” (Vieja y nueva política, y otros escritos programáticos), pero es –sigue siendo– un choque permanente de rivalidades que se sustenta en la negación del otro, sea el hecho diferencial de Cataluña o su membresía española.

Así las cosas, puede que la solución esté en llevar a la práctica aquella fórmula ideada por Companys de hacer una “transfusión de sangre”, llevando a Cataluña diputados de otros partidos nacionales y trayendo a otras regiones candidatos catalanes. Pero, mientras, la realidad de los ciudadanos catalanes no es otra que la descrita por El Roto en una de sus viñetas (El País, 25/7/15):“Cambiaron los nombres de las calles, pero los baches seguían allí…»

GONZALO LÓPEZ ALBA – EL CONFIDENCIAL – 17/08/15