PEDRO CHACÓN-EL CORREO

  • Los familiares de los presos de ETA están todos en el País Vasco, es muy fácil convocar una marcha como la del sábado. La mayoría de las víctimas están fuera

A esa manifestación del 23 acudieron algunos de los presos indultados del ‘procés’, encabezados por el inefable Oriol Junqueras. Estaban también -va de suyo- los máximos dirigentes de EH Bildu, así como representantes políticos y burukides guipuzcoanos del PNV, que pudieron recordar los tiempos de Lizarra-Garazi cuando, tras haber conocido el nacionalismo vasco, por primera vez desde el comienzo de la Transición y tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la presión social en contra, firmaron un pacto defensivo, bajo el paraguas o señuelo de la tregua de ETA, que duró un año, hasta el asesinato del militar Pedro Antonio Blanco y el inicio de la escalada de asesinatos de concejales del PP y el PSOE. También hubo dos representantes de Elkarrekin Podemos, un partido que, incidiendo en ese giro hacia posiciones nacionalistas apuntado por sus celebraciones de los Aberri Eguna, pierde ya definitivamente ese aura de alejamiento respecto del terrorismo que caracterizó su irrupción en las elecciones generales de 2015 y 2016, en las que arrasó en Euskadi, y prefiere tomar el testigo de la Ezker Batua de Javier Madrazo, que hizo de comparsa en Lizarra-Garazi y acabó en la marginalidad política.

Los dirigentes que apoyaron esa manifestación actuaron como si toda la época del terrorismo de ETA fuera ya pasado lejano a todos los efectos y ahora estuviéramos en otra fase, en otra pantalla, como se dice ahora. Resulta increíble -por insoportable- el cinismo con el que expresan la hipócrita conmiseración por el daño causado. Dan por bueno un cambio de táctica que transcurre, con toda naturalidad, de matar gente a sangre fría y justificarlo en aras de la resolución del conflicto a hacer manifestaciones como esta para reivindicar los mismos objetivos. Estamos ante una ‘catalanización’ en toda regla de los métodos, que no altera en lo más mínimo la estrategia de siempre.

En medio de la manifestación, salieron unos cuantos miembros del colectivo de víctimas del terrorismo Covite tapando las pancartas que los convocantes de la plataforma Sare habían colocado previamente sobre el túnel del Antiguo y tirando pasquines a los manifestantes. En sus carteles se leía lo de «presos políticos» tachado y debajo «asesinos presos», o lo de «gudaris» tachado y debajo «hiltzaileak» (asesinos). Los de la manifestación, claro está, les salieron con el consabido «zuek faxistak zarete terroristak» (vosotros fascistas sois los terroristas).

Pero, por qué, se preguntará algún ecuánime bienpensante, no hace Covite su propia manifestación en lugar de contraprogramar las ajenas. Pues porque la mayoría de las víctimas de ETA viven fuera de Euskadi, lejos de aquí, a varios centenares de kilómetros. Son mujeres, hijos y hermanos de guardias civiles, policías nacionales y militares destinados aquí y aquí asesinados. Son personas que fueron rodeadas por un manto de silencio, oprobio y ostracismo por una sociedad anestesiada con el fatídico lema del «algo habrá hecho». Son familias de concejales del PP y PSE que dejaron a esos partidos sin representación política en sus pueblos. Son empresarios extorsionados, intelectuales y periodistas amenazados.

En cambio, los familiares de los presos de ETA que cometieron asesinatos, secuestros, extorsiones o amenazas, que colaboraron con los comandos, pasando información, actuando de correveidiles o dándoles cobertura, están todos en el País Vasco y como este territorio es tan pequeño -toda Euskal Herria, Iparralde incluido, cabría en la provincia de Badajoz-, es muy fácil convocar una manifestación como la del sábado para protestar por la conculcación de los derechos de los presos de ETA y su aproximación definitiva a cárceles vascas. Se trata de algo tan sencillo y tan tremendo como eso: ellos están todos aquí, mientras que sus víctimas y los deudos de sus víctimas están todos fuera.