La crispación genera violencia

ABC 17/12/15
EDITORIAL

· Durante mucho tiempo, la extrema izquierda se ha encargado de generar un estado de opinión marcado por la violencia y la radicalidad sin matices

LA agresión de la que ayer fue objeto en Pontevedra el presidente del Gobierno no es ajena al clima de crispación que –desde el mismo comienzo de la legislatura– ha marcado el paisaje político. La crudeza de la realidad económica fue utilizada sin rubor por quienes, con fines partidistas, trataron por todos los medios de rentabilizar la dura situación de millones de españoles en beneficio propio. Es la vieja táctica del populismo: crispar y, a continuación, pescar en río revuelto. Tristemente, la izquierda radical se aprovechó de las facilidades dadas por algunos grupos mediáticos para tensionar al máximo con discursos incendiarios y desmesurados alegatos contra el Gobierno de Mariano Rajoy, a quien dibujaron como un presidente sin escrupúlos empeñado en cercenar los derechos sociales de los españoles. Durante mucho tiempo, la extrema izquierda se ha encargado de generar un estado de opinión marcado por la violencia verbal y la radicalidad sin matices. Y lo peor es que el PSOE, en lugar de distanciarse del populismo, se empeñó torpe y gravemente en utilizar sus mismos argumentos. Hasta en el tono se fue pareciendo. Un error que hizo cumbre cuando, tras las elecciones municipales y autonómicas, no dudó en pactar con la extrema izquierda con tal de arrojar del poder al PP. El populismo había logrado su primer objetivo: que el socialismo le expidiera el certificado de buena conducta democrática, un logro que Pablo Iglesias y los suyos han sabido rentabilizar a costa de la mengua, constante y creciente, de un PSOE desnortado y sin rumbo. El mayor error de la campaña de Pedro Sánchez fue insultar a Mariano Rajoy durante el debate televisado del lunes, tildándolo de «indecente», un ataque personal que no contribuye precisamente a serenar el ambiente. Sería injusto establecer una relación causa-efecto entre los insultos del secretario general del PSOE y la agresión de la que fue ayer objeto Rajoy. Pero lo que resulta indudable es que la crispación es el caldo de cultivo de la violencia.

En una democracia, la crítica al poder no es que sea legítima, sino que resulta necesaria. Es un factor consustancial al propio Estado de Derecho. Pero el ejercicio de la crítica política también está sujeto a unas reglas, entre ellas –de manera especial– la de no traspasar la línea que separa el reproche del insulto personal. La moderación, el equilibrio y la mesura en política no son incompatibles –en absoluto– con la crítica, por muy dura que esta sea. No sería justo afirmar que lo ocurrido ayer es consecuencia directa de la radicalidad verbal de ningún dirigente concreto, pero sí lo es de la crispación generada por quienes durante mucho tiempo han tratado de desvirtuar la realidad para arañar un puñado de votos.