Ignacio Camacho-ABC
- Queda la impresión de que Zarzuela no ha explorado los límites de su autonomía para gestionar esta crisis a su manera
En el debate público posmoderno las cosas no son como son sino como parecen, y en ese sentido coinciden los especialistas en que la salida o extrañamiento de Don Juan Carlos ha sido una calamitosa operación de comunicación política. Por un lado convierte una censura moral -merecida- en un veredicto oficial de condena preventiva; por otro, permite a la extrema izquierda y a los separatistas lanzarse a todo trapo a minar el prestigio de la monarquía. Sin embargo el problema de fondo no es comunicativo sino estratégico. Una mala decisión no la puede comunicar bien el mejor de los expertos. Y en este caso la clave consiste en que la presión explícita de Pedro Sánchez ha forzado a Felipe VI
a tomar una medida trascendental sin un cálculo eficaz de sus efectos y, sobre todo, sin disponer del control de los tiempos. De tal modo que, más allá de la apariencia sin duda polémica de los hechos, la realidad es que el ya de por sí limitado espacio de actuación de la Corona -y lo que es más grave: su autoridad arbitral- quedan supeditados por completo a los intereses tácticos del Gobierno.
El presidente, que tiene un asombroso olfato de jugador de ventaja, ha apostado fuerte y ha ganado. Amagando con la difícil contención de sus socios republicanos, su maniobra de construir un falso «cortafuegos» deja al Rey institucionalmente aislado en palacio, a merced de un verdadero yonki del mando. Por supuesto que ha proclamado su lealtad a la Constitución -aclaración que debería ser del todo innecesaria porque constituye la esencia de su cargo-, aunque cuidándose mucho de formular un aval explícito al régimen monárquico para no irritar a sus correligionarios. Un líder no se justifica: ejerce el poder prescriptor de su liderazgo. Y esa forma perifrástica de excusarse, unida a la tolerancia con el activismo dinamitero de sus aliados, deja demasiadas dudas sobre la consistencia de sus compromisos de Estado. Si hay algo que todo el mundo sabe, porque la experiencia lo ha contrastado, es que la palabra de Sánchez guarda una relación muy quebradiza con sus actos. Que no es en absoluto fiable, vamos.
Ciertamente, Zarzuela disponía de muy poco margen de movimiento, y menos aún de resistencia; no podía crear un conflicto con el Gabinete ni manifestarse en oposición abierta. Queda no obstante la impresión de que tampoco ha explorado los límites de su autonomía para gestionar esta crisis a su manera y elegir la forma y el momento de resolverla. Porque este Rey tiene crédito demostrado en materia de ejemplaridad y transparencia, y una masa crítica de respaldo social más amplia aunque menos ruidosa que la de los enemigos del sistema. Pero objetivamente su campo de acción es hoy más estrecho que cuando salió a frenar al independentismo insurrecto. Y ese territorio de influencia lo ha ganado un dirigente que entiende el poder como un botín de aventurero.