“Es sorprendente que nadie introduzca la posibilidad de que Sánchez pueda adelantar las elecciones unos meses a tenor de los resultados del próximo 28 de mayo. Entre los 800 asesores sería raro que ninguno de estos talentos en la sombra calcule que quizá lo mejor fuera prolongar la actual campaña electoral a cara de perro hasta llegar a la cita definitiva. No tienen nada que perder que no hayan dejado por el camino. Tampoco tienen nada que ofrecer porque se han agotado los conejos de la chistera”.
Así decía el primer párrafo del artículo publicado en Vozpopuli el sábado 20, cuando se abría la campaña electoral. Pasó sin eco alguno, como es costumbre. Una insólita ocurrencia. En verdad que no hacía falta demasiado talento, bastaba echar la memoria a funcionar y tener un cierto retrato de la trayectoria del protagonista. A los analistas, y más si ejercen de ubicuos tertulianos, les pierde su espejo y su parroquia. Quizá lo que más se les echa a faltar es el rubor.
¡Que contraste con las contundentes sentencias del día después! Un retablo de convictos que hace las veces de un ramillete de violetas. Sol Gallego, en el periódico que fue suyo, afirma que “la convocatoria de unas inmediatas elecciones es una inteligente decisión”. Xavier Vidal-Folch evoca mayo del 68 para calibrar la audacia de su adorado Presidente; lo que tratándose de un veterano de la idolatría tiene un valor acrisolado. Va más lejos una tal Mariam Martínez-Bascuñán, de la que desconozco todo salvo su temeridad de vasallo (¿o se dice “vasalla”?), que apunta tan alto como admirar la lección que acaba de darle Sánchez ¡a Maquiavelo! Ignacio Sánchez-Cuenca, al que insisten en enmascarar con su canongía académica en la Carlos III, sin apuntar que forma parte de la dirección de Sumar, hoy Movimiento, atento a su papel arruga una intención: “no todo está perdido para la izquierda”. No sé si para la izquierda estará todo perdido pero para él no; tiene práctica desde cómo llegó a la cátedra, cómo asesoró a Zapatero el victorioso y ahora amenaza a Yolanda Díaz, por la que siento cierta piedad en esta hora de búsqueda de impotentes compañeros de cama política frente a lo que ella llama “la España negra de Feijoo”.
No hay muchas novedades en el terreno de la responsabilidad analítica. Es la ventaja del plumilla frente al político profesional; nadie lo descontará de tu sueldo. Arcadi Espada, siempre modesto, consultó a las “personas más inteligentes de España, como es norma”, pero ninguna le dio la eventualidad de un adelanto electoral; quizá le ha llegado la hora de revisar su concepto sobre qué es ser inteligente en política y en España, así se evitaría lo que más parece detestar, el candor cuando se hace norma. Raúl del Pozo, formado en la escuela del diario Pueblo donde sentaba cátedra el eminente Cándido (Carlos Luis Alvarez), paisano mío y más hijo de Eugenio D´Ors que de Voltaire, se descuelga con un interrogante melífluo, digno de su antiguo mentor. “La pregunta que todos se hacen es por qué ha convocado Sánchez para perder”. Una candidez.
Se agobian de tanto mirarse en el espejo para cautivar a la parroquia. Parecen negarse a la evidencia incontestable de que Sánchez ha convocado para ganar y si lo hace así es poque considera que ésa es la única posibilidad que tiene de cambiar su suerte. Por tanto, dejémonos de pendejadas y vayamos estudiando cuáles serán las fórmulas tortuosas que van a dominar los dos meses que nos separan de las urnas. Un ejercicio de supervivencia y como ocurre cuando alguien se encuentra en ese trance multiplica la crueldad. Lo capital se reduce a salvarme yo y lo que les suceda a los demás ya lo veremos cuando haya sobrevivido.
La animadversión, sobre todo si alcanza hasta el odio, tiene el correlato de que ciega al que la sufre. Si los “cerebrinos Mandri”, que se decía antaño, no calibraron que el personaje no se iba a dejar encerrar con sus juguetes, es que la inquina cegaba los análisis. Lo mismo ocurre con las alabanzas del sicariado; son tan exaltadas que en vez de defender al líder lo entronizan y le ponen la peana desde la que se enseñorea. Luego llega el vendaval de la realidad y nos sorprende, porque estamos desnudos, apenas con los pingajos que nos otorga, y no siempre, el análisis frío, sin decibelios de ruido.
Parecen negarse a la evidencia incontestable de que Sánchez ha convocado para ganar y si lo hace así es poque considera que ésa es la única posibilidad que tiene de cambiar su suerte
Hoy a todos parece algo evidente que adelante las elecciones a julio, la decisión más coherente con su manera de actuar. Imaginarle que iba a quedarse quieto apañándose con las inútiles muletas que se había ido fabricando, resulta una ofensa a la inteligencia, que desconoce no sólo la trayectoria de Pedro Sánchez sino algo primordial, cuya pérdida significará su final. El poder. Nadie desde el comienzo de la democracia ha tenido un sentido tan personal e intransferible de lo que significa el poder.
La decisión la tomó solo, “con su conciencia”, afirma. Luego llamó a sus ayudantes, que seguro se sintieron orgullosos de la confianza que depositaba en ellos; eran los primeros en compartir la idea del líder. Luego convocó a la sumisa dirección de su partido, al tiempo que preparaba su comparecencia en la puerta de Moncloa. Dio aviso al Rey y se concedió a si mismo la palabra única. No hay más que hablar. Lo que viene luego se limita a preparar a la tropa militante para la batalla que él acababa de declarar.
En palabras chuscas: “Vais a defender mi culo, porque los vuestros dependen del mío”. O gano o moriréis en el intento. La derrota les sumiría en la precariedad política. Y si esto no fuera suficiente para que lo entiendan los suyos, conviene que sus aliados tengan presente que a partir de ahora cada uno es banda aparte. Lo expresó Cromwell ante la batalla decisiva: “confiad en Dios y mantened la pólvora seca”. Y Dios era él.
No habrá piedad ni verdad ni recurso que no sea arma de ataque. La realidad se tomará vacaciones. No hace falta una agudeza de linces para detectar que vamos a vivir dos meses donde la manipulación, las angustias, el oscuro espectro que se dibuja en el horizonte campará a sus anchas. Porque no se trata de gobernar sino de mantenerse en el poder. Si es verdad que a Pedro Sánchez se le ha ido el desodorante desde hace años, siempre queda el olor propio del animal político, el que traspira su instinto.