Miquel Escudero-El Correo

La democracia es un bien escaso. Como expresión de la dignidad de todos los ciudadanos sin exclusión, hay que cuidarla con esmero en cualquier estrato. Hay organizaciones dedicadas con la máxima intensidad a sabotearla y socavarla, también con la emisión de bulos que denigran a las personas de mayor relieve y que entontecen y envilecen a los ciudadanos crédulos. El eslabón más débil de una democracia se halla en los gobernantes irresponsables y tramposos, no importa la ideología que digan profesar. Y, por supuesto, en las personas debidamente preparadas para el soborno y la credulidad de todo lo que convenga.

Leo la novela negra ‘El pulgar del diablo’ de Luis Campo Vidal, donde se evoca un documento de unas cuarenta páginas («Reenfocando el proceso de independencia para un resultado exitoso») que la Policía incautó en 2017 en la casa de un estrecho colaborador de Oriol Junqueras. Clasificados los catalanes en siete capas, se analizaban los algoritmos a seguir en cada capa, para lograr la secesión: convencidos hiperventilados; convencidos históricos; convencidos recientes, pero débiles; regeneracionistas fraternales; indecisos; actualmente impermeables; convencidos del ‘no’. Para la tarea de desinformar contaban con un ejército de ciberdelincuentes a sueldo.

A unos catalanes había que darles «garantías de desconexión tranquila», y la pauta a seguir con los contrarios al ‘procés’ era «activar a sus entornos independentistas más cercanos» y «desincentivar su participación»: acosarlos, intimidarlos. Todo un ‘tsunami’ regado con generoso dinero público. Y Sánchez vendió su amnistía como promesa de ‘convivencia’ para los catalanes.