ABC 07/12/15
IGNACIO CAMACHO
· Es chocante que una gran parte del electorado de C’s siga viendo a Rivera como una suerte de bisagra automática del PP
CUANDO un elector deposita su voto le está entregando su confianza a un partido; en principio para gobernar, si gana, y si no para que lo use, en el juego de mayorías y minorías, como estime oportuno. El mandato imperativo –es decir, el poder delegado para una acción determinada– está expresamente prohibido en el artículo 67,2 de la Constitución, que establece el sistema de mandato representativo. Corresponde a los electos interpretar la voluntad de sus votantes y estos no pueden desautorizar esa interpretación, al menos mientras Podemos no gane e implante su bolivariano método revocatorio. Las urnas no tienen libro de reclamaciones. Por tanto, no existe en la papeleta electoral ningún modo de dar instrucciones concretas a los candidatos, ni sobre pactos de gobierno ni sobre ninguna otra cosa.
En muchos simpatizantes del centro-derecha se ha instalado sin embargo una suerte de estereotipo, un automatismo mental en virtud del cual dan por sentado que votar al PP o a Ciudadanos son dos maneras diferentes de respaldar una misma tendencia, un bloque natural que al final acabará constituido por un fluido principio de convergencia ideológica. Las encuestas apuntalan este estado de opinión al prefigurar esa alianza como la más viable para alcanzar pactos de investidura, acaso la única que sume mayoría absoluta en el futuro Congreso. Pero esa idea de confluencia obligatoria no deja de resultar un apriorismo en tanto que Albert Rivera y los suyos se guardan muy mucho de ratificarla. Su vocación no es la de apuntalar al PP, sino la de sustituir su hegemonía sectorial, como ya han logrado en Cataluña. Por eso niegan cualquier intención previa sobre acuerdos –lo que entra de lleno en la lógica electoral para no minimizar su propia opción– e insisten con énfasis en la autonomía de su programa de «cambio». Les incomoda sobremanera sentirse ninguneados en su identidad y considerados como una bisagra maquinal, un apéndice forzoso, una comparsa.
Crecido con el auge de sus expectativas, Rivera ventea la posibilidad cierta de ser presidente articulando una alternativa a Rajoy; desde luego si supera al PSOE tendrá el objetivo en la mano. Lo que resulta paradójico, casi chocante, es que una significativa parte de su propio electorado potencial no se lo crea y continúe pensando, como la propia izquierda, que C’s es una especie de cara B, más grata y limpia, del marianismo desgastado. Unos dos millones de electores, según la media de estimación demoscópica, van a migrar al partido naranja convencidos de que su voto confluirá con los del PP en la creación de una mayoría liberal moderada. Eso puede suceder, dependiendo de la correlación de fuerzas en el resultado final, pero no está escrito ni prometido en ninguna parte; se trata de una autosugestión voluntarista, tal vez de un descomunal malentendido del que puede brotar una decepción masiva.