- La derecha, dispersada en grupúsculos que parecen irreconciliables, ganará si comprende que la partida será del que sea capaz de volver a integrarlos.
“Todos cierran los ojos. La mafia abre los ojos y se reconoce. La mafia cierra los ojos. Todos abre los ojos”. Así empezaba un perverso juego psicológico, inventado en los 80 por un profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad de Moscú, en el que una mayoría desinformada debía luchar contra una minoría informada.
Comenzaba con una fase nocturna en la que se hacía la oscuridad para todos. Se cerraban los ojos. Momento de incertidumbre, de desconfianza, quién está contigo, y quién contra ti. El narrador ordenaba a los dos mafiosos que abriesen los ojos y se reconociesen. Bastaba un leve asentimiento. Sólo ellos sabían quién estaba con ellos, y quién en contra. Los demás sólo sabían su propio papel, pero nada de los demás. En la siguiente fase del juego los papeles se ponían en juego, compartían parte de la información que tenían, unos mentían y otros no. Cada uno iba ubicándose en el grupo que creía bueno.
Era una batalla psicológica cruenta porque la asimetría de la información introduce en los participantes un nivel de desconfianza que roza la psicopatía. Sólo los malos podían estar seguros de algo. Lo mejor que podían hacer los buenos es desconfiar. Los roles, en esta fase, se iban desarrollando y, en función de la pericia, arrojaban información suficiente para desvelar el papel de cada uno. En la fase final se votaba por mayoría quién era la mafia. No siempre se acertaba.
La derecha española también juega a La mafia, y aún está empezando. Algún demiurgo maligno le ha sentado en la mesa y ha repartido las cartas. Le toca pasar por las tres fases del juego: la nocturna, la diurna y la votación. Ha tardado unos años en entenderlo, diría que al menos desde 2018 hasta mediado el 2020. Se resistía a entrar en la partida como ese jugador soberbio que no quiere rebajarse y es capaz de arruinar él sólo la velada. El típico aguafiestas.
Lo que parecía un grupo relativamente homogéneo recogido en un marco amplio llamado derecha, ahora aparece desintegrado
El hecho que me hizo darme cuenta fue un libro que, a priori, no hubiese despertado en mí el más mínimo interés si no fuese por su índice tan heterogéneo. Hablando con el papa. 50 españoles reflexionan sobre el legado de BXVI, se publicó por Planeta en 2013, cuando Mariano Rajoy llevaba casi dos años en el poder y le quedaban aún otros cinco. Todo indicaba una hegemonía dentro del bloque de derechas, y de ello era un buen reflejo el elenco de participantes.
Aparecían armoniosamente unidos y amalgamados Gabriel Albiac, Jon Juaristi, José María Aznar, Pablo Casado, Cristina Losada, Enrique Múgica, Manuel Pizarro, Carlos Rodríguez Braun, Julián Carrón, Cristina López Schlichting, Javier Prades, José Luis Restán, Francisco Vázquez, Andrés Ollero, Alejandro Macarrón, Benigno Blanco, Jaime Mayor Oreja, Francisco José Contreras, Hermann Tertsch, Alberto Ruiz-Gallardón, José María Marco, Pio Moa, José Antonio Ortega Lara, Alejo Vidal-Quadras, Gádor Joya, Isabel San Sebastián, Ignacio Arsuaga, María San Gil, José Francisco Serrano o José Ignacio Munilla, entre otros.
La izquierda por aquel entonces todavía andaba sacudida por las mareas del 15-M. En menos de dos años les habían cambiado las reglas del juego y la derecha, que había salido airosa del zapaterismo, unía filas. Era una posición demasiado cómoda como para inquietarse por las posibles escisiones internas. Era mejor echar pelillos a la mar y tirar hacia delante.
¿Quién le iba a decir que en 2018 esa unidad se resquebrajaría en mil pedazos? No han pasado ni diez años y lo que parecía un grupo relativamente homogéneo recogido en un marco amplio llamado derecha, ahora aparece desintegrado y seccionado en grupúsculos irreconciliables. Es muy llamativa la desintegración de la derecha española.
A aquellos invitados a la fiesta sorpresa de la derecha se les tenía preparado un juego propio de las novelas de Agatha Christie. Se les sentó en la mesa, cada uno con sus cartas, y se les pidió que cerrasen los ojos. Ya no se reconocían entre ellos. Era la fase nocturna del juego, la de la incertidumbre y la desconfianza. Se suponía que unos eran los buenos y otros los malos, pero todos con los ojos cerrados, sin sus referencias acostumbradas, vivían en la incertidumbre. Tocaba jugar, y el juego tenía más de experimento psicológico que de partida de parchís. Aquello resultaba demasiado sofisticado para unos jugadores poco acostumbrados a estas reglas.
La derecha debe ser consciente de que aún está en la fase de abrir los ojos y reconocerse
Dos años después, en la fase diurna del juego, el narrador ha pronunciado la orden que da comienzo a la partida: “La mafia abre los ojos y se reconoce”. Después de una fase incómoda de oscuridad e incertidumbre, los jugadores ansían abrir los ojos y reconocerse. La derecha hoy está en la fase de tantearse, de ver si realmente se representa un papel u otro. Se buscan indicios, se juzgan declaraciones, filiaciones, pertenencias y fidelidades. Se abren periódicos, pódcast, editoriales, debates y foros de todo tipo. Se celebran convenciones, cenas y congresos.
Todo el mundo anda expectante ante los movimientos del de al lado y ficha, juzga y clasifica al que hasta hace unos años era su igual. La derecha debe ser consciente de que aún está en la fase de abrir los ojos y reconocerse, que es la fase de la desconfianza, la sospecha, los dobles juegos, la división y la exclusión.
Todo esto es normal, forma parte del juego, y el problema es que no habíamos terminado de comprenderlo. Es una fase de madurez que llevará a una claridad de posiciones, a distinguir las posturas diferentes y a discernir lo apropiado de cada una de ellas. Unas aventuras saldrán bien y otras mal, todos los jugadores quedarán más o menos retratados, y el juego estará listo para su fin.
La tercera fase llegará cuando todos tengan que votar y decidir por mayoría quiénes son unos y otros. En el juego de La mafia ganará el equipo que descubra a los mafiosos y no se haya dejado vencer por las sospechas infundadas introducidas por ellos. Es un juego colaborativo en el que casi todos ganan cuando consiguen compartir una información sesgada y convertirla en algo común. En esta realidad en la que no todo es juego, la derecha, que no ha entrado en esta tercera fase para la que todavía quedan casi dos años, ganará si comprende que la partida será de aquel que sea el más capaz de volver a integrar todos los papeles dispersos.
*** Armando Zerolo es profesor de Filosofía Política y del Derecho en la USP-CEU.