Jesús Banegas-Vozpópuli
  • El autor despliegue un enjundioso catálogo de actuaciones que se pretenden hacer pasar por ‘progresista’

Desde que en la URSS se acuñara el concepto ‘progreso’ en términos positivos para describir los supuestos avances materiales del sistema comunista frente al capitalista, la izquierda mundial terminó haciendo bandera del mismo escondiendo tras él un doble y muy contradictorio significado: el político y el personal.

La característica común de todos los progresistas es la negación de un principio moral que ha atravesado siglos y creencias: no quieras para los demás lo que no desees para ti. Si algo define con precisión a un progresista es su doble moral, que conduce necesariamente a su falta de integridad: pensar, decir y hacer lo mismo.

Son innumerables los ejemplos de doble conducta progresista, que no les da vergüenza exhibir:

  • Hace unos días, con la solemnidad típica de sus “aló presidente” -importados de Venezuela- Sánchez invitó a todo el mundo a quitarse la corbata para ahorrar energía: unas horas después utilizaba un helicóptero para recorrer 26 Km y en los días siguientes se le vio atildado -en el extranjero- con corbata.
  • El presidente del gobierno se dio recientemente mucha prisa en felicitar a Rafael Nadal por su triunfo en Roland Garros y luego a Carlos Sáinz por su éxito en Silverstone: dos magníficos ejemplos de conducta personal y deportiva basada en el continuo esfuerzo y consecuentes méritos, que Sánchez no solo detesta sino que ha expulsado de la educación pública.
  • Los progresistas que han venido –y siguen– mancillando la educación pública, se cuidan mucho de la buena educación de sus hijos… que suelen enviar a colegios privados.
  • ¿Habrá existido algún político progresista que no haya vivido mucho mejor estando en la política que fuera de ella? ¿A quién sirven entonces?: a ellos mismos, sin duda.
  • El progresismo hispanoamericano está viviendo –salta a la vista –una verdadera apoteosis de la doble vida: las ostentosas exhibiciones de los líderes políticos, sus familias y allegados –que tanto gustan al progresismo español- en presencia de las miserias que con tanto éxito cultivan entre la gente, son moneda cada vez más corriente.
  • El reciente viaje de recreo en un avión del Estado de Irene Montero y sus amigas, la sección femenina comunista del Gobierno, y sobre todo su vulgar exhibición mediática, al epicentro del capitalismo mundial revelan con toda desvergüenza su doble moral.
  • Puesto que es seguro que la ministra de Economía sabe aritmética y conoce perfectamente que durante su mandato la renta per cápita -la medida del éxito o fracaso de su política- española ha retrocedido respecto a sí misma y a la UE -algo nunca acontecido salvo en tiempos de Zapatero– y por tanto se puede considerar un fracaso de alcance histórico: ¿a qué viene exhibir habitualmente el mantra de que la Economía muestra un fuerte crecimiento?, una fantasía progresista carente del más elemental rigor empírico.
  • Todos los progresistas defienden una economía inclusiva -es decir de pleno empleo- y sin embargo todas sus políticas están en contra de dicho objetivo y como es natural consiguen sistemáticamente ser campeones del desempleo.

Predicar con el ejemplo

  • La gente –en general– incluidos los progresistas, suele gastar menos de lo que ingresa y tiende a ahorrar, amoldando su nivel de vida a sus ingresos corrientes; sin embargo, esta sana y sempiterna conducta privada de las sociedades humanas a lo largo de la historia se transmuta por completo cuando se trata de administrar recursos públicos, que se despilfarran hasta generar endeudamientos sin fin.
  • Desde cualquier óptica ética, tanto en la educación de los niños como en el ejercicio de cualquier tipo de responsabilidad personal, “predicar con el ejemplo” siempre ha sido una obligada referencia moral que, sin embargo, no opera entre los progresistas.
  • En un Estado de Derecho ninguna autoridad política debería imponer obligaciones que no esté obligada a cumplir también. Sin embargo, a nivel normativo, los progresistas se cuidan mucho de no aplicarse las reglas con las que obligan a la sociedad.
  • “El Estado y sus agentes deberían ser juzgados usando los mismos estándares que se aplican a los juicios de las conductas privadas”, sostiene el filósofo Michael Huemer en The Problem of Political Authority… y, ¿quién puede estar en desacuerdo con él?: sin duda, los progresistas
  • En los últimos años los progresistas han generado una verdadera avalancha legislativa de crecientes obligaciones legales a los administradores de las empresas privadas que incluyen responsabilidades patrimoniales y penales que no son de aplicación a los públicos, es decir, a los funcionarios ni a los cargos políticos.

Código de buen gobierno

  • Los progresistas han impuesto a las empresas un código de buen gobierno que exige, por ejemplo, la presencia en los consejos de administración de un mínimo de un tercio de miembros independientes y, en cambio, las instituciones públicas —incluidos los órganos reguladores de los mercados— están regidas por “la cuota partitocrática” que excluye necesariamente a los consejeros independientes.
  • Las empresas privadas y, en especial, las sociedades cotizadas en Bolsa, están sometidas a cada vez más normas para garantizar su buen gobierno. Las decisiones de sus administradores están sometidas a estrictos criterios de transparencia y de responsabilidad civil y penal. Sin embargo, eso mismo no ocurre con nuestros progresistas, ni con las personas que ocupan cargos en las instituciones públicas. ¿Por qué no son aplicables los criterios del buen gobierno corporativo a las administraciones públicas? ¿No debiera modificarse el régimen de responsabilidad de autoridades y funcionarios para que pudieran estar sujetos a responsabilidad directa, igual que ocurre con los gestores de las empresas privadas?
  • ¿Alguien tiene dudas, que sin padrinos políticos, los presos comunes de España resulten tan favorecidos en el cumplimiento de sus condenas como –con el actual gobierno progresista– los delincuentes etarras?
  • Mientras que más del 95% de las peticiones de indulto han venido siendo habitualmente rechazadas, con los políticos -secesionistas- condenados por el golpe de Estado en Cataluña y posiblemente con los -socialistas- condenados por el mayor caso de corrupción política de Europa, acontecido en Andalucía, el porcentaje se invierte; gracias a la doble moral progresista.

Se podría seguir, pero lo dicho es suficiente para llamar la atención de una sociedad civil adormecida y tolerante con este tipo de actuaciones, que o espabila en unas próximas elecciones o terminará siendo cómplice de una degeneración de la moral política propia del tercer mundo.