La dulzura de la perversión

Del Blog De Santiago González

La ministra Celaá estudió en el Sagrado Corazón y llevó a sus hijas a las irlandesas, un buen colegio, lo digo con conocimiento de causa, mi nieta va allí. Toca en este punto destacar la coherencia de Isabel, que se repite en muchos de sus correligionarios. Ellos son responsables del caos de la enseñanza pública. ¿Cómo no entender que sean clientes de la privada, o, al menos de la concertada? Isabel Celaá brilló entre sus homólogas el viernes al decir que “no podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a sus padres”.

Era esta una obviedad que subrayaban el vicepresidente obvio y el inefable Ábalos: “cuando se tiene un hijo no se le inscribe en el registro de la propiedad”. Claro, melones. No lo podéis vender, ni alquilar. El problema es que las palabras en boca de esta tropa adquieren significados añadidos. Cuando la ministra de Educación dice que los niños no pertenecen a los padres, no se limita a decir un obviedad, está queriendo significar la primacía del Estado en la patria potestad, lo que no es cierto en absoluto, salvo con carácter subsidiario.

El 28 de junio de 2008, día del Orgullo, El Mundo del P.V. publicó unas declaraciones del dirigente del Movimiento de Liberación Gay de Euskal Herria, (EHGAM), Jaime Mendia:

“La sexualidad del menor no puede ser secuestrada. (…)Todas las personas tienen que tener derecho a disfrutar de la sexualidad, también un niño de ocho añitos, al que la sociedad le niega ese derecho” (…) “Las relaciones intergeneracionales cada día están más perseguidas penal y socialmente (…) Lo que sí tenemos muy claro es que cuando una persona tiene algún tipo de sexo, algún tipo de relación con cualquier persona, aunque sean menores, no tiene porqué hacer daño a nadie.”

Un conmilitón terció para explicar al tal Mendia: los niños de ocho años tienen su sexualidad, juegan a los médicos… Cierto, es una actividad de búsqueda, de exploración e investigación sobre el propio cuerpo y el ajeno. Todos hemos jugado a eso con nuestros pares. Pero cuando a ese juego se incorpora el ‘factor intergeneracional’, un adulto, tenemos lo que toda la vida se ha llamado perversión de menores.

Esto es lo que pasa cuando tarea tan delicada se encomienda, no a profesionales cualificados, sexólogos, psicólogos, psiquiatras, sino a activistas como las que la ex cajera de Saturn ha incorporado a las direcciones de la Mujer  y de Diversidad Sexual y LGTBI. Quizá para que adviertan a las niñas contra el sexo heteropatriarcal y a favor del lesbianismo y predispongan a los niños para la sodomización que les aguarda. Decía el psiquiatra Viar que esta tropa es la actualización del señor de la gabardina. Ahora no se apostan frente al colegio, están tomando las aulas.

Educación afectivo-sexual es el sintagma. ¿Educar afectivamente a alguien? Los Ceaucescu y su socio menor, Garzón, practican la elegancia social del eufemismo, al reivindicar el derecho a “amar a quien quieran y como quieran”. En realidad, con ‘amar a’ quieren decir ‘follar con’. ¿Por qué lo llamarán amor cuando quieren decir sexo?