La enfermedad infantil del populismo

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • He aquí el ‘éxito’ de la frivolidad de la izquierda populista italiana: Meloni en el poder y Draghi en su casa

En julio, Italia tenía un Gabinete de concentración respaldado por once partidos y dirigido por un financiero europeísta de enorme prestigio. Mario Draghi había pilotado la segunda etapa del Covid, estabilizado la economía, gestionado con eficacia los fondos comunitarios y obtenido un respaldo popular inédito. Pero, ay, no era un ‘político’, es decir, un tipo ideológicamente sectario, sino un técnico solvente capaz de suscitar amplios consensos. Y eso molestaba a los extremismos del flanco derecho y del izquierdo. La formación principal de este último sector estaba en el Gobierno y decidió seguir la vieja tradición nacional de dejarlo caer desde dentro. Un conflicto medioambiental sobre una incineradora romana le sirvió de pretexto para derribar al dirigente que había sacado al país del bloqueo provocado por los mismos que miraban con recelo su éxito.

Resultado de la maniobra: la coalición de derechas, encabezada por una líder de origen posfascista de retórica radical y gritona, ha obtenido una arrolladora victoria. El Movimiento 5 Estrellas, responsable de la crisis y del adelanto electoral, ha sufrido un importante descalabro y uno de sus jefes, Luigi Di Maio, ahora al frente de unas siglas nuevas, ha pasado de la cartera de Exteriores a quedarse sin acta de diputado. El resto de la izquierda, que presentaba a tres antiguos primeros ministros muy desgastados, tampoco ha podido evitar el fracaso. La enfermedad infantil del populismo, su inmadurez inadaptada, su concepto irresponsable del juego democrático, han desembocado en un pendulazo hacia el bando contrario. Y su única esperanza se cifra ya en el complicado sistema republicano de pactos parlamentarios, cuya consecuencia más relevante consiste en la producción de ejecutivos frágiles con duración media de un año. El balance de estragos es tal que Berlusconi, su bestia negra de antaño, les parece en estas circunstancias -y lo es, de hecho- el perfil más pragmático y templado.

Así está el panorama. Salvini es un zascandil imprevisible, un amigo de Puigdemont y simpatizante de Putin que saltó del separatismo lombardo a una extraña alianza entre el M5E y los iliberales de derechas. Meloni, convertida por Vox en su nueva referencia, es una política intuitiva, exaltada y despierta que ha sabido transformar los restos del último partido filomussoliniano en una fuerza emergente dispuesta a gobernar la tercera economía europea. El poder siempre modera pero ella viene de donde viene, es decir, de la agitación callejera, de una radicalidad integrista mucho más cómoda en la arenga demagógica que en la solución de problemas. Su triunfo, el de la emocionalidad impulsiva, lo ha traído la frivolidad populista de la facción adversaria con su destructivo discurso contra ‘la casta’. Ya tienen lo que merecen aunque no lo buscaran: Fratelli d’Italia en el Gobierno y Draghi en su casa.