EL CORREO 24/02/14
TONIA ETXARRI
Si ETA se prepara para un desarme tan prolongado que este espectáculo puede durar años, después de la ridícula puesta en escena del pasado viernes en Bilbao, habrá que hacer cálculos. ¿A pistola por año irá la ronda? Podría ir todo más rápido, aseguran los que presumen de «estar en el secreto», pero como el Gobierno español no piensa mover pieza hasta que la banda no se disuelva y ésta no tiene intención alguna de disolverse, estamos en medio de un largo túnel en el que se han metido los llamados verificadores. Y lo único que han podido constatar es que el miniarsenal que les enseñaron los encapuchados se lo han quedado ellos, por si acaso. El recurso de culpar al Gobierno de Rajoy de esta situación, para el que reclaman «inteligencia» y «altura de miras» está siendo utilizado, con mayor o menor sutileza por la propia banda, sus socios de la izquierda abertzale y la mayoría del arco parlamentario vasco, a excepción del PP y UPyD. Este Ejecutivo no quiere entablar ningún contacto con una ETA en estado de descomposición que lleva intentando forzar una «cita a ciegas» desde que tres de sus dirigentes se plantaron, hace ya dos inviernos, en Oslo, esperando que algún representante del Gobierno se dejara caer por tierras noruegas. ETA quería cita. Pero no la tuvo. Y el Ejecutivo noruego terminó por expulsarlos al comprobar que tan sólo buscaban publicidad. Y en eso seguimos ahora.
En plena efervescencia del debate sobre la conveniencia, o no, de que los gobiernos de turno negociaran con los terroristas, la izquierda abertzale solía utilizar las referencias a Irlanda. Y todos los representantes políticos, «agentes sociales» que pasaban por ahí y analistas en general se enzarzaban en la polémica hasta el amanecer. La jugada solía quedar en tablas. Pero existía una coincidencia generalizada, frente a la estrategia de Batasuna, en aceptar que las situaciones de Irlanda y Euskadi no tenían comparación literal. Por muchas visitas que nos hiciera Gerry Adams de quien decíamos por cierto que él, a diferencia de Otegi, ejercía una autoridad y liderazgo sobre su organización terrorista. Y no eran comparables porque, a diferencia de Irlanda, en Euskadi nunca existieron dos bandos enfrentados armados, con la excepción del nefasto capítulo del GAL, atemorizando a la población. En Irlanda, sí. Unionistas y republicanos, después de haber dejado más de 3.000 muertos en el camino, pusieron fin a tanta barbarie. Pero la desconfianza era mutua. Por eso fue necesario un control riguroso del desarme avalado por verificadores que daban cuenta a los gobiernos irlandés y británico.
En Euskadi ha existido una banda terrorista, que asesinaba a ciudadanos sin otra respuesta que el Estado de derecho. Nada que ver con Irlanda. Por lo tanto es el Estado quien reivindica su papel de verificador del desarme de ETA. Si los terroristas quieren, de verdad, facilitar las coordenadas de sus zulos, que se las pasen a los verificadores. Y éstos tienen mil formas de hacer llegar los datos al Gobierno para que los coteje con la policía nacional y la guardia civil. ¿Parece sencillo, no? Pero no ocurrirá así porque detrás del desarme hay demasiados intereses. Los de la propia banda, que, tras la negativa del Gobierno a negociar, tendrá que resignarse a pasar a limpio la traducción de los conceptos «decisión unilateral» y «definitiva», y los de aquellos partidos que quieren tener un lugar destacado en la foto. Nada se hará de forma discreta porque ETA sigue necesitando publicidad. Por eso asistiremos al espectáculo del desarme por entregas.
Ni el lehendakari Urkullu, tan proclive a las entrevistas opacas y al intercambio clandestino de documentos ha sido capaz de resistir a la tentación de la publicidad. Por eso viajó a Madrid para mostrar su apoyo a los verificadores, antes de que éstos declararan como testigos ante el juez, mientras el presidente del PNV incurría en la extravagancia de comparar a ETA con el PP hablando de sus respectivas «parroquias», que son, según él, quienes están condicionando el proceso de desarme.
El Partido Socialista de Euskadi también se ha movido. Y ha dado un giro en este teatro. No está para escuchar a Teo Uriarte cuando se lamenta de que «una ceremonia como la de los verificadores puede acabar resucitando a ETA». Prefiere adoptar el estilo de su presidente honorario Jesús Eguiguren, entrevistarse con Manikkalingam «porque es un tío riguroso» y avanzar junto al PNV con quien ahora dicen que mantienen una «considerable sintonía» en materia de paz y convivencia. No se sabe por cuanto tiempo se mantendrán fuera de la ponencia de paz en el Parlamento vasco porque EH Bildu se niega a cuestionar la trayectoria de ETA. El caso es que, hoy por hoy, su última recolocación tiene poco que ver con la actitud que mantenía hace meses el dirigente del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, reservado hacia los mediadores y verificadores de los que decía que eran profesionales «de parte».
La citación de los verificadores ante la Justicia era un trámite solicitado por la víctimas de Covite. Gracias a esa declaración, como testigos, ahora sabemos que los etarras enseñaron el miniarsenal pero no lo entregaron. La presidenta de Covite, Consuelo Ordóñez, que lleva unos días de marcada intensidad después de haber denunciado a ETA ante el Tribunal de La Haya, como autora de crímenes contra la humanidad, se ha dado cuenta de la importancia de la contra-propaganda en esta representación. Su «golpe de efecto» fue tan impactante que el lehendakari se vio en la necesidad de dar cobertura. A los verificadores.