Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez no ha logrado sacar partido del descalabro de Podemos. El hundimiento de su socio afecta al Gobierno entero
Aunque el oficialismo mediático apunte el foco sobre el notable batacazo de Podemos, Sánchez no va a poder eludir la salpicadura del resultado electoral vasco y gallego. En primer lugar, porque su propio balance presenta severos desperfectos, y en segundo término porque el fracaso del socio de coalición afecta de forma insoslayable al Gabinete entero. El hundimiento de Iglesias sólo le habría dado motivo para ponerse risueño si el PSOE hubiese logrado recoger el voto perdido por la extrema izquierda en su provecho, pero el caso es que ha sido el nacionalismo radical el que se ha beneficiado de ese desafecto. De tal modo que el autodenominado Ejecutivo «de progreso» ha saldado el primer examen después de la pandemia con un implacable suspenso. Nada de lo que presumir; la gestión de la emergencia sanitaria y económica deja una avería seria en el Gobierno e incrementa la tensión que lleva tiempo viviendo -como pronosticó en su día el presidente- en su seno.
Los arúspices del sanchismo se centran en el descalabro podemita para ponderar una supuesta estrategia de largo alcance que consistiría en abrazar al caudillo comunista con una complicidad aparente que en realidad estaría destinada a liquidarlo por asfixia. Tal vez ésa sea la intención, y desde luego el aliado colabora metiéndose solo en broncas, contradicciones, aprietos e intrigas; sin embargo falla la siguiente premisa, que es la de que ese desgaste redunde en ganancia para los socialistas. De momento sucede lo contrario, como se ha visto en Galicia. Los brujos demoscópicos especulan con que los descontentos fugados hacia el Bloque y Bildu volverán, por razones utilitarias, a las siglas con posibilidad de gobernar en unas elecciones generales. Es una hipótesis no descartable; los comicios autonómicos siempre ofrecen rasgos, circunstancias y perfiles peculiares que no permiten extrapolar con precisión el comportamiento de los votantes. Sin embargo, Moncloa tiene motivos para inquietarse porque si algo ha demostrado Iglesias es su capacidad para el sabotaje, incluso a sí mismo, y su tendencia a escapar de las dificultades desestabilizando por arrastre todo lo que se le ponga por delante. Cuando se mete en un lío no conoce a nadie.
El presidente no lo va a soltar del brazo; lo prefiere cerca. De hecho le ha entregado cuotas de poder y de influencia para vincularlo en una relación de mutua conveniencia. Ahora tal vez empiece a darse cuenta de que en esa simbiosis hay factores que restan en vez de sumar fuerzas y de que se ha coaligado con una fábrica de problemas: se los crea dentro y se los crearía fuera. Este duelo de egos sería divertido de no constituir una amenaza cierta para un país en crisis sanitaria y en riesgo de quiebra. Como parece mucho pedir un Gobierno que no mienta, los españoles merecemos al menos uno que no se centre en su supervivencia sino en la nuestra.