La gallina

SALVADOR SOSTRES – ABC – 11/01/16

Salvador Sostres
Salvador Sostres

· El adiós de Mas, Mas no es un héroe. Se ha ido porque iba a perder las elecciones Sin cabeza Hay una gallina que corre decapitada y es Puigdemont y su fúnebre cortejo procesista.

El presidente Puigdemont es la víctima propiciatoria de un proceso que está muerto, pero que sigue corriendo como las gallinas a las que les han cortado el cuello y todavía no lo saben.

Mas sabía que no tenía ni la fuerza de las urnas ni fuerza de ninguna clase para enfrentarse a España y vencerla, pero no quiso ser él quien diera sepultura a la ensoñación independentista. Por ello decidió ganar tiempo para refundar la maltrecha Convergència y marcharse cinco minutos antes de que las anticipadas elecciones de marzo igualmente le finiquitaran. De propina nos ha dejado a un alocado alcalde de provincias, bruto e incendiario, para que corra sin cabeza como las gallinas, y que sea lo que Dios quiera.

Se dice que esta retirada pactada de Mas beneficia a Rajoy para poder formar gobierno. Tendría que ser así, pero el pobrísimo sentido de Estado que hasta el momento ha mostrado Pedro Sánchez vuelve inútil cualquier especulación. Quien sí va a beneficiarse del trueque en la Generalitat va a ser el Estado, en tanto que es bastante probable que Puigdemont, en su euforia rural y sin filtrar, y empujado por la CUP, caiga en excesos que limiten con el Código Penal. El precio político y emocional de tomar entonces alguna medida drástica contra él será muy inferior al de detener o encarcelar a Mas, que tiene una imagen mucho más presidencial y una puesta en escena que le da credibilidad como representante de todos los catalanes, incluso de los que no le han votado.

En cambio, en Puigdemont no hay ninguna contradicción entre su aspecto y sus intenciones, y su semblante de payés asilvestrado coincide con su independentismo de trago y tupper. No infunde el nuevo presidente de la Generalitat ninguna sensación presidencial, hasta el punto de que si en algún momento hace algo que merezca su inhabilitación, o incluso su detención, no sólo no va a originar ningún martirologio, sino que gran parte de los catalanes vamos a sentirnos aliviados.

La CUP, que lejos de sentirse humillada por el acuerdo, se ha reivindicado diciendo que han «tirado a Mas al basurero de la Historia», va a poner al nuevo president al borde del abismo desde el primer día: los alegres muchachos antisistema han advertido que el acuerdo suscrito por Junts pel Sí es revisable «si no se avanza en la construcción de la república catalana», lo que a la práctica significa que pueden poner a Puigdemont en las más expuestas situaciones bajo el chantaje de retirarle, si no obedece, el apoyo parlamentario. En el debate de investidura de ayer, Anna Gabriel le recordó que tiene de tiempo 18 meses, y que el feminismo, el proceso constituyente y el rescate social son una cosa y lo mismo.

Paralelamente, Mas dejó el sábado la puerta abierta de su regreso, y si Puigdemont se pasa y se lo llevan preso, podría volver tras mandarle flores a la celda. Por lo tanto, el ya expresidente no se ha retirado para salvar el proceso, ni es un héroe, ni ha mostrado ninguna generosidad. Mas se ha ido porque sabía que iba a perder las elecciones y adulterando como cualquier Maduro la democracia: él mismo dijo que sometiendo a la CUP, y alquilándole un par de diputados, «hemos corregido lo que las urnas no nos dieron».

En su egoísmo, y en su mezquindad, ha preferido poner a un presidente de su partido que a Oriol Junqueras, que desaparecido Mas, es el líder natural del proceso. Y no sólo ha designado a uno de su partido, sino que ha elegido a uno especialmente limitado para poder apartarle de un codazo –en el caso de que la Justicia no lo haga antes– si algún día calcula que puede volver a ser el candidato de la Convergència que ahora tendrá tiempo para refundar.

Mas no ha dado un paso al lado. Ha huido del veredicto de su propio pueblo, cuyo derecho a decidir tanto dice defender. Mas ha escapado de las urnas, tal como el soberanisno, que tanta democracia reclama, ha forzado un acuerdo que la evitara, porque en marzo habría quedado mucho más en evidencia su condición minoría.

Hay una gallina que corre decapitada y es Puigdemont y su fúnebre cortejo procesista. La CUP son el masovero del cuchillo ensangrentado que soñaba con poner una tienda de huevos pero que tras su absurda matanza va a tener que conformarse con hacerse una tortilla. Mas ha podido escapar, y es un forajido que vigila desde la verja lo que pasa en la finca para poder entrar a hurtadillas cuando los nuevos dueños se vayan a dormir.

A lo lejos, España hace ver que se preocupa, pero en el fondo sonríe.

SALVADOR SOSTRES – ABC – 11/01/16