IGNACIO CAMACHO, ABC – 27/06/15
· Los occidentales tenemos del terrorismo una idea etnocéntrica: sólo lo consideramos peligroso cuando ataca cerca.
Bush se equivocó en Irak y Obama también. Uno erró al invadir el país, porque allí no estaba el peligro terrorista, y el otro al desalojarlo, porque ha dejado el campo libre para la verdadera amenaza, que es el ISIS. Ambos se equivocaron asimismo en Siria. El primero por considerar amigo al dictador Assad y el segundo por declararlo enemigo antes de darse cuenta de que había uno peor.
En los dos casos, Irak y Siria, el resultado de tanta inepcia política ha sido el mismo: pista para un terrorismo islámico tan atroz que convierte a Bin Laden en un amable profesor de geoestrategia. La Administración estadounidense, sin aprender de la amarga experiencia de meterse en guerras sin saber a favor de quién ni cómo acabarlas, la repitió en Libia. Pero en esta ocasión el error fue de Obama. Solito se bastaba.
Los americanos tienen del terrorismo una idea etnocéntrica: sólo lo consideran inquietante cuando les ataca. En especial en su propio territorio, que hace tiempo –tal vez gracias a algún acierto de Bush entreverado en sus equivocaciones– está blindado a salvo de sobresaltos de envergadura. La presidencia de Obama se ha impregnado de esa mentalidad aislacionista dominante en una opinión pública cansada de poner muertos en conflictos lejanos cuya utilidad no resultaba del todo comprendida. La autosuficiencia energética del fracking ha contribuido también al desentendimiento de los problemas en las zonas calientes del petróleo. Las autoridades de EE.UU. carecen de una idea clara de qué hacer allí, para qué y cómo.
El resultado es que el ISIS se crece, se expande y se envalentona. En sus dominios practica una refinada ferocidad divulgada en escalofriantes vídeos destinados a inspirar miedo en Occicente, y fuera de ellos saca las manos para golpear cuando puede. Como ayer en Túnez y en Francia. Como mañana en cualquier sitio por donde algún fanático entrenado en Siria o Irak encuentre una rendija por la que filtrarse con su delirio yihadista.
La doctrina post-11S era razonable: combatir el terror en origen para impedirle su desarrollo. El análisis correcto quedó contaminado por una praxis desenfocada. Ahora ninguna nación occidental quiere asumir el coste político de rectificar del único modo posible, que es implicarse sobre el terreno en los términos de la «guerra justa» con que el propio Obama recogió su precipitado Nobel. Incluso los gobiernos europeos prefieren sufrir el eventual goteo de atentados antes que someterse al desgaste de un despliegue de tropas.
Al mayor y más cruel desafío terrorista del siglo, un genocidio secuencial publicado en Youtube, estamos respondiendo con asépticos bombardeos desde drones en horas de oficina. Eso no funciona ni va a funcionar. La pregunta es cuántos turistas o viandantes más tendrán que morir para que alguien decida que merece la pena poner pie en pared. Que en este caso significa ponerlo en la arena.
IGNACIO CAMACHO, ABC – 27/06/15