ABC-IGNACIO CAMACHO

Díaz va a ganar en un clima de continuismo apático, un estado de ánimo en que la inercia pesa más que el hartazgo

NO es que Susana Díaz vaya a ganar las elecciones en Andalucía: es que ya las ha ganado en la medida en que la certidumbre de su victoria se ha convertido en un estado de ánimo. En realidad, salvo en 2012, el triunfo socialista siempre ha sido una previsión descontada de antemano al margen de que su programa o sus candidatos suscitasen mayor o menor entusiasmo. La identificación del PSOE con el poder le ha permitido crear un marco de ventaja que hasta sus adversarios acaban aceptando con la resignación de un destino inevitable, un fatum. Lo más llamativo del caso es que ese conformismo se impone también entre el propio electorado pese a que una mayoría –el 60 por ciento– admite desear un cambio. Aunque hay cierta trampa en el dato porque incluye también a los votantes comunistas que siempre han mantenido en la región un fuerte arraigo, pero que por decepcionados del régimen que se hallen no desean derribarlo para facilitarle a la derecha el remplazo. Así, el Partido Alfa ha consolidado su hegemonía en una atmósfera de marasmo en la que la inercia es más potente que el hartazgo. La paradoja es que se trata de una inercia conservadora, estable, de un continuismo apático.

A esto hay que sumar la incapacidad histórica de la oposición para constituirse en alternativa. Una derecha que sufre diez derrotas seguidas no puede esconder la evidencia de que buena parte del problema reside en ella misma. Nunca ha encontrado la tecla para superar la rémora de su antiguo rechazo a la autonomía, que ha permitido al socialismo envolverse en un manto emocional de tinte nacionalista. Y cuando estaba a punto de lograrlo, Rajoy y Montoro sabotearon la expectativa aprobando una subida fiscal que puso a sus electores naturales en estampida. Ahora, para mayor dificultad, concurre a las urnas bifurcada en dos listas con líderes de perfil bajo y popularidad mínima que libran entre sí una competencia destructiva. Y uno de los cuales, el de Cs, que ha sido en el último mandato el aliado de Susana Díaz, trata de presentarse como su debelador en una insostenible aporía. Para mayor dificultad, la estrategia de ambos está o parece teledirigida por sus respectivos estados mayores en una clara operación sucursalista. En conjunto, su campaña ofrece un tono cansino, de falta de convicción y de autoconfianza, como de rutina, frente a una presidenta que al menos exhibe una actitud proactiva y defiende su cargo con resolución y energía. Para ganar en esas condiciones, incluso sumando escaños, se necesitaría poco menos que un prodigio de intervención divina.

De este modo, entre los que quieren que gane el PSOE, los que creen que va a hacerlo y los que carecen de brío para impedirlo, todos los factores configuran el clásico desenlace de vaticinio autocumplido. Y quizá lo más triste sea que a nadie, por la fuerza de la costumbre, le importe demasiado el final previsto.