La izquierda vuelve al 11-M

ABC 16/07/13
EDURNE URIARTE

El cinismo de Rubalcaba es de hormigón armado, como tantas veces hemos comprobado

Con el incombustible Rubalcaba al frente, como siempre, y con los nacionalistas de comparsas, también como siempre. Entonces, Rubalcaba lideró la agitación para dar un vuelco electoral a la esperada nueva victoria del PP y lo consiguió. Y ahora quiere hacerlo para dar un vuelco a su propia situación, la que le coloca fuera del poder del PSOE en menos de un año. Lo que espera conseguir con una campaña de desgaste del Gobierno y de Mariano Rajoy muy del estilo de entonces.
La agitación post11-M consistió en dirigir contra el PP la indignación y el miedo ciudadanos por el atentado. La de ahora se basa en dirigir contra el PP la indignación ciudadana por la corrupción. Entonces, responsabilizaron al Gobierno del atentado por su apoyo a la guerra de Irak, con la excusa de una supuesta mentira sobre la autoría. Y el PSOE llamó a manifestarse delante de las sedes del PP el mismo día en que las fuerzas de seguridad detenían a los primeros responsables, la víspera de las elecciones.
La estrategia es parecida ahora. Consiste en culpar al presidente del Gobierno de connivencia con un delincuente a pesar de que todos los intentos del tal delincuente por chantajear al presidente se han demostrado baldíos y el delincuente en cuestión está en la cárcel y probablemente por bastante tiempo. Realidad que no le impide a Rubalcaba insistir en la connivencia de la misma manera que el 13-M insistía en «la mentira sobre la autoría de ETA» mientras la Policía a las órdenes del Gobierno detenía a los primeros sospechosos islamistas. Entonces, Rubalcaba construyó su campaña sobre el mayor atentado de la historia de España, ahora lo hace sobre un hombre, Bárcenas, que el propio Rubalcaba ha calificado de «delincuente».
El cinismo de Rubalcaba es de hormigón armado, como tantas veces hemos comprobado. Tiene al presidente de su partido, Griñán, con una buena parte del Gobierno andaluz imputado por una juez bajo gravísimas acusaciones de corrupción, pero no sólo no le ha pedido la dimisión sino que le ha reñido por anunciar que no se volverá a presentar. Y quiere que dimita un presidente que no ha sido imputado por nadie, ni él ni su Gobierno, y sí acusado por quien él mismo llama «un delincuente».
Sería todo un espectáculo de ridículo político verle liderar una moción de censura con él de candidato alternativo a la presidencia del Gobierno y siendo jaleado por Rosa Díez, Bosch, Tardá y compañía. Con su referente Luis Bárcenas de guía y sustento del discurso, y con uno de sus peores enemigos periodísticos de apoyo mediático. Pero como Rubalcaba es un gran agitador, pero no un idiota, sabe que no va a exponerse a tal papelón. Se trata de una mera amenaza para dar cierta consistencia a la petición de dimisión y al acoso a Rajoy con la cantinela de que tiene que responder al chantajista. Confiando en que el proceso sirva para reducir la intención del voto al PP, mejorar la de su partido e imaginar lo que hasta hoy parece inimaginable, que le quede a él mismo un año más de poder, o lo que es igual, un año de vida política, que, en el caso de un adicto al poder como Rubalcaba, es la vida misma.
Su problema son las dos grandes diferencias con la agitación del 11-M, que el Gobierno tiene mayoría absoluta y para otros dos años y que la indignación ciudadana contra la corrupción no sólo está repartida entre todos los partidos sino que no conlleva ingredientes letales como el miedo que provocó el vuelco electoral del 11-M. Estamos ante una materia mucho menos agitable, hasta para el maestro de la cosa.