Ignacio Camacho-ABC
- Yolanda Díaz no ha demostrado aún gran cosa. Es la vacuidad de Sánchez la que le da trazas de referencia sólida
La candidatura de Yolanda Díaz no va a sobrepasar al PSOE, como algunos ministros empiezan a temer que ocurra dado el precedente de Mónica García, porque las siglas socialistas siguen teniendo mucho arraigo entre los mayores de 55 años por más que Sánchez las haya vaciado para convertirlas en un mero soporte de su liderazgo. Pero ha despertado en un sector de la izquierda un interés que va más allá del ‘boom’ mediático inducido por el sanchismo para evitar que se desplome su principal aliado. Y ese efecto no se debe sólo a que cuide su imagen peinándose con esmero o usando vestidos caros, ni a que haya sabido sustituir la arrogancia demagógica de Iglesias por un estilo más templado,
menos fatuo y por tanto menos susceptible de provocar rechazo. Ni siquiera, aunque sea un factor importante, a su evidente sintonía casi genética con los sindicatos. Todo eso influye pero hay algo más y tiene que ver con el desencanto que el presidente provoca ya en una parte de su propio electorado cansada de su falta de coherencia, de su palabra inconsistente y de sus continuos bandazos.
Esa izquierda urbana, ecologista, imbuida de un sentimiento de superioridad y de modernidad que la vuelve satisfecha de sí misma, se está dejando de reconocer en un gobernante capaz de cambiar de criterio varias veces al día. Lo aceptan porque echó al PP del poder y fue hábil para armar una alianza alternativa pero le han comenzado a ver el cartón oportunista. Miran las encuestas, ven a la derecha por encima y recelan de que este Sánchez achicharrado pueda volver a reunir suficiente masa crítica. Lo peor que le puede ocurrir a un político es que a su alrededor se dibuje un halo de derrota. La irrupción de la vicepresidenta, con su apariencia de convicciones estables y de firmeza ideológica, proporciona a ese sedicente progresismo una referencia más sólida, un cierto anclaje de esperanza en plena deriva perdedora. Además de mejorar mucho a su antecesor en cuestión de formas.
Objetivamente, Díaz apenas ha demostrado gran cosa. Como buena sindicalista es correosa en la negociación y parece tener sus ideas claras. Ha visto una oportunidad y se le nota dispuesta a aprovecharla. Pero sobre todo se beneficia de la pérdida de confianza que el jefe del Gobierno cosecha incluso entre los suyos a marcha rápida. Los turiferarios de Moncloa sostienen en público que la operación está bien calculada para que la coalición no se desmorone por el ala minoritaria. Sin embargo en privado cunde la suspicacia ante la posibilidad de que la candidata se sacuda la tutela y se les acabe subiendo a las barbas. En el entorno presidencial nadie va a admitir que el punto inestable de la estrategia es el mismo Sánchez. Y que es su acusado desgaste el que por el principio de los vasos comunicantes concede a la flamante ‘lideresa’ en ciernes la mayor parte de sus expectativas electorales.