La Justicia no es popular

EL MUNDO 18/06/13
ARCADI ESPADA

Antes de constituirse el tribunal que lo habrá de juzgar, el abogado de José Bretón ha dicho que el jurado decisorio «estará contaminado» porque no hay ninguna persona en España que no sepa nada de este caso. El abogado José María Sánchez de Puerta flojea porque lo que en realidad ocurre es que no hay nadie en España que no crea que José Bretón quemó a sus hijos. Yo mismo, y a pies juntillas. Y, por supuesto, entre los que creen eso están también los magistrados que lo juzgarían si la legislación vigente no hubiese previsto el jurado para el caso: entre todas las utopías actuales sobre la tierra la más delicada para mí, y más preciosa, más necesaria y menos probable es la de un juez alto, sabio y taciturno, en manos de una vieja criada y sin familia ninguna, que leyera gruesos libros hasta el alba por todo relajo y del que no se le conociera más camino que el del juzgado hasta su vieja casa en las afueras.
Dado que no hay ningún juicio relevante en España que antes de empezar no se considere ya cosa juzgada es importante tomar precauciones. Pero estas no pueden consisitir en el puramente imposible supuesto de poner en marcha el mecanismo de Diógenes, aquel que buscaba un hombre no contaminado por la vida. El ejercicio contemporáneo de la justicia, al menos en España, no exige utopías sino una competencia afinadísima en distinguir las creencias de los hechos y en saber aislar del juicio, ¡del buen juicio!, el aluvión de falacias y sesgos que construye el juicio mediático. Un juicio, por cierto, que a veces condena a muerte, como en el caso del entrenador Comas, cuya brutal e inapelable sentencia conozco mientras escribo.
El mecanismo del jurado fue ideado a partir de una evidencia noble. Dispuesta y exhibida la verdad de un asunto en el juicio oral, a partir de un concienzudo trabajo técnico, cualquier persona, con independencia de su formación y de su lugar en el mundo, podría reconocerla. Hoy semejante supuesto es un mero anacronismo. El juicio oral es sexo oral. Y con metástasis. La verdad sigue siendo una: Bretón mató o no a sus hijos. Pero el volumen de mentiras es tan gigantesco y aplastante que aquella exhibición de la verdad se ha convertido en detección. Y exige especialistas. En casos como el de Bretón disponer el jurado popular es una imprudente redundancia.