Tonia Etxarri-El Correo
Si la amnistía fuera la solución en vez del problema, seguramente a estas alturas ya tendríamos la fecha de la sesión de investidura de Pedro Sánchez. Pero el borrado de los delitos de quienes impulsaron «una desobediencia civil y una insurrección institucional orientada a alterar el orden constitucional», según el Tribunal Supremo, se está convirtiendo en un trago amargo que digerir. Ese tiempo que nos hizo perder Feijóo, según Sánchez, ahora lo emplea él con todos los días de prórroga necesarios hasta que el regalo penal de la amnistía a los que la liaron en el ‘procés’ se pueda digerir sin atragantamiento. Sin mancharse con la palabra que no pronuncia ¿Amnistía? ¿Qué amnistía? Se va llenando la senda de las cesiones con una maleza espesa de rechazos que, desde la Moncloa, se proponen desbrozar con justificaciones. Por eso necesitan tiempo. Para que se decida finalmente Puigdemont y para preparar a la sociedad empleando metáforas o cambiando el significado de las palabras para justificar cesiones que podrían sacudir los cimientos constitucionales ¿La generosidad implica la concesión de una amnistía?
Sánchez, que empezó ayer su ronda con Yolanda Díaz, hablará con todos menos con Vox. Ahí sí que el presidente en funciones aparca su apelación al diálogo y la concordia para negarle la mayor a la derecha radical. Con Vox, de ninguna manera. Prefiere a Mertxe Aizpurua. Es su elección una vez ha blanqueado a Bildu. Le urge seguir escenificando su cordón sanitario a Vox porque necesita seguir alimentando el miedo a la derecha que tan bien le funcionó en las pasadas elecciones, aunque no las ganara. Sacar a pasear el «doberman», con los pactos del PP. Vox penalizó a los populares, como reconoce el propio Feijóo, que sigue teniendo las siglas del PNV en la cabecera de su agenda. Quiere dejar en evidencia las contradicciones de los jeltzales, en su momento de debilidad electoral , porque él no cree que el PNV, a pesar de sus alineaciones legislativas con Sánchez, haya abandonado su perfil conservador.
Su apuesta por Javier de Andrés para relevar a Carlos Iturgaiz en el PP vasco no persigue otro objetivo que el de recuperar un papel clave en la gobernabilidad de Ajuria Enea. El ex diputado general de Álava, exdelegado del Gobierno y actual diputado en el Congreso, lejos de generar rechazo, gana en las urnas. El PP no puede derrotar al PNV pero quiere recuperar los votos que se le fueron al partido de Ortuzar como opción útil. Y ganar influencia. De la misma manera que el PP fue decisivo para impedir que Bildu gobernara en la Diputación de Gipuzkoa o en el Ayuntamiento de Vitoria, aspira a poder decantar la balanza en Ajuria Enea.
Pero antes Sánchez tiene que despejar su investidura. Nunca se vio Puigdemont en un momento tan dulce. Tampoco se había visto nunca en este país no sólo que la gobernabilidad dependa de un prófugo de la Justicia sino que esté sometida al capricho de 7 diputados de los 350 que conforman el Congreso. No hay justificación democrática para esta anomalía.