IGNACIO CAMACHO, ABC – 12/09/14
· El problema catalán es un problema español. El pacto de convivencia que se firmó entre todos sólo entre todos se modifica.
Muchos, sí, muchos. Tal vez menos que el año pasado y que el otro, o no: da igual. Muchísimos. Pero aunque hubiesen sido muchos más lo único que cambiaría es el número de personas que en Cataluña no entienden la esencia del conflicto que ellas mismas han planteado. Que consiste, les guste o no, en que la «cuestión catalana» no es sino una cuestión española. Que la única soberanía y por tanto el único derecho a decidir que existe en España, en el plano jurídico y en el político, pertenece a los españoles en su conjunto. Y que eso no lo va cambiar presión unilateral alguna. Si no lo entienden habrá que repetirlo tantas veces como sea necesario. El pacto de convivencia que se firmó entre todos sólo entre todos se modifica. Incluso para romperlo.
En democracia los conflictos se resuelven mediante la ley y el diálogo. En ese orden, y si el diálogo fructifica, más ley u otra ley. El nacionalismo catalán, que tantas trampas ha hecho a los españoles, ha empezado a hacérselas también a los propios catalanes al empujarlos a creer que la ley de todos puede quebrarse por la voluntad exclusiva de unos cuantos. La superchería ha tenido éxito pero ya es hora de que fracase. Mediante la demostración de su engaño, que no puede tener lugar más que desde una derrota legal y política. Llegado este momento, a la V de victoria o de voto (y de victimismo) hay que contraponer la L de ley y la E de España.
Frente a esa energía civil de la calle, el Estado ha de oponer la energía no menos democrática de la ley votada en su momento por una clara mayoría de españoles, catalanes incluidos, que no se manifestaron ayer. Si esa ley, que tiene al Tribunal Constitucional como intérprete supremo, determina que no puede haber consulta de autodeterminación, no habrá consulta de autodeterminación. Así de sencillo. Y tampoco habrá independencia ni delirio secesionista alguno. Cuando esto quede claro será menester dialogar sobre el modo en que los catalanes se encuentren cómodos en España. Sin coacciones y de acuerdo con los demás españoles, porque de eso se trata el diálogo. Repetición para los más torpes: ley y diálogo.
El presidente Mas lo sabe. Ha asumido que no va a haber referéndum válido pero usa un doble lenguaje porque desea encontrar una salida al lío en que él mismo se ha metido. Aunque a estas alturas es difícil, todavía puede hallarla con una cierta dignidad. Después será tanto peor cuanto más tiempo intente sostener el engaño. Peor para todos, si es que le importa alguien más que sí mismo. Que es dudoso; ya ha condenado hasta a su propio partido.
Tercera repetición, a modo de resumen: el problema catalán es un problema español. Y mientras esto no se entienda no podrá solucionarse. España no es Escocia, Scotland is not Spain. Y por ahora, el Gobierno español no parece tener un presidente tan torpe como para permitir la ruptura de la nación que lo ha elegido.
IGNACIO CAMACHO, ABC – 12/09/14