Mikel Buesa-Libertad Digital

  • Han echado en el saco del olvido a los viejos compañeros que, como mi hermano Fernando, se dejaron la vida tratando de derrotar a ETA.

La Asociación de Víctimas del Terrorismo cuenta con un equipo de psicólogos que echan una mano a sus socios cada vez que lo necesitan y, muy especialmente, cuando se reciben noticias inquietantes que, para muchas de ellas, remueven el caldo de su sufrimiento. Pasan los años, pero ese caldo sigue ahí, intacto, como una pesada carga que se lleva a veces con paciencia, a veces con un desasosiego que nunca cesa. Por eso, cuando recibes la llamada del servicio psicológico de la AVT sabes que algo va mal, que algún acontecimiento se ha añadido al pesar de tantos años desde aquel sufrimiento turbador que llegó con un atentado y se instaló para siempre en tu intimidad.

Hoy he recibido esa llamada —y ya van unas cuantas desde que Pedro Sánchez se instaló en la Moncloa y nombró mamporrero para la izquierda abertzale a un juez sin principios, ministro del Interior por más señas, dispuesto a todo para servir a su señor— para comunicarme que a uno de los asesinos de mi hermano Fernando —Luis Mariñelarena— le han trasladado a Pamplona —sospecho que en premio a su disponibilidad para firmar esos papelitos que pone a su disposición el aludido mamporrero para disimular la ignominia de su política penitenciaria—, en espera supongo de ulteriores beneficios penitenciarios que le hagan más feliz su vida carcelaria. Claro que, en esto, parece que el mamporrero se pasa las sentencias por el forro, pues al tal Mariñelarena, como a sus otros colegas de comando, le condenaron a un siglo de cárcel, aunque como su límite de complimiento está en treinta años el tribunal dictaminó que «todos los beneficios penitenciarios y el cómputo de tiempo para la libertad condicional se refirieran a la totalidad de la pena».