ABC-IGNACIO CAMACHO
La impostura, al descubierto: Sánchez es el candidato de los separatistas que se sientan en el banquillo del Supremo
EN las campañas electorales, la política alcanza su clímax como arte de la apariencia, como baile de máscaras, como festival de disfraces. Los candidatos asumen un papel dictado por sus estrategas para fijar con pocas pinceladas un trazo de carácter: el
frame, el marco mental de los votantes. Se trata de construir un personaje y representarlo en el teatrillo de los mítines o a pie de calle. Así, Sánchez se disfraza de estadista moderado; Abascal, de Don Pelayo o de soldado de los tercios de Flandes; Casado, del líder que aún no es; Iglesias, del caudillo insurgente que quiso ser antes de encerrarse en el chalé de Galapagar a cambiar pañales. Rivera, que tiene vocación de jedi de Star Wars, compareció en la noche inaugural convertido en un holograma de sí mismo, como Obi Wan Kenobi pero sin la espada de luz centelleante. Todo es bastante básico, elemental, con ese aire primario de las funciones escolares; se diría que toman al electorado –con motivo, quizá– por un público adolescente propenso a engatusarse con simplezas simbólicas y esquemáticas arengas emocionales.
De repente, y apenas comenzada la representación, los dirigentes independentistas presos le arrancaron de un tirón la máscara al presidente del Gobierno. En una carta de apoyo desnudaron su impostura de adalid del centro. El antifaz por los suelos, la treta al descubierto: si no es el candidato de la secesión, como Aznar va diciendo, lo es al menos de los secesionistas que tres días por semana se sientan en el banquillo del Supremo. El candidato del indulto, de las concesiones, de la esperanza de un referéndum. El candidato del nacionalpopulismo irredento que se ofrece como dique contra la derecha mediante una oferta de compromiso expreso.
El pronunciamiento separatista desmonta el artefacto propagandístico con que la campaña de Moncloa pretendía ocultar la cuestión catalana encerrándola durante quince días en una cápsula de olvido. La estrategia del encubrimiento no basta para obviar el conflicto; al otro lado de las urnas espera el pliego de demandas de un nacionalismo dispuesto a acompasar los plazos siempre que el poder sea complaciente con su designio. Sánchez podrá argüir que está ante una oferta que no ha pedido pero su discurso de equilibrio se desmorona ante una propuesta de respaldo tan explícito. La careta se le caído y el rostro de Frankestein se ha visto.
No ha lugar a simulacros: el bloque de la moción de censura está intacto, listo para la reedición a partir de mayo. La única alternativa que se dirime en estas elecciones es la de una alianza entre los constitucionalistas o entre sus adversarios. No existe posibilidad real alguna de un pacto del sanchismo con Ciudadanos porque Rivera se suicidaría y porque el proyecto de continuidad del presidente pasa por reformular el Estado. Qué sentido tiene persistir en el engaño cuando el disfraz se viene abajo.