IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • El ministro Garzón propone un regreso a las esencias más cutres del franquismo

Fue Savater el que dijo que se negaba a llamar «Gobierno Frankenstein» al de Sánchez porque el monstruo de la novela de Shelley nos resulta simpático. Es así. En el fondo, al pobre Frankenstein le comprendemos. ¿Qué puede hace un tipo con esas tuercas en el cuello que le pusieron a Boris Karloff para encarnarlo en el cine? ¿Ir a ligar a una discoteca? No le queda otra que andar sembrando el terror entre los campesinos. A Frankenstein le entendemos porque -como apunta también Savater- es un monstruo capaz de explicarse a sí mismo: «Soy malo porque soy desgraciado». Al que no consigo comprender es a Alberto Garzón, que ahora nos propone, como medida de ahorro energético, compartir los electrodomésticos con los vecinos. Estamos ante el caso de un ministro que no sabe explicarse.

¿Es desgraciado Alberto Garzón? ¿Tiene algún motivo para ello con un salario de 74.858,16 € y un Ministerio de Consumo a su cargo que él vacía aún más del poco contenido que tiene dedicándose a pensar de qué extravagantes modos podemos consumir menos? Menos electrodomésticos porque la energía gastada sería la misma. Lo que Garzón postula es cerrar fábricas y mandar más obreros al paro. ¡Un genio!

A Alberto Garzón se le ha ocurrido que compartamos con el vecindario el frigorífico, el microondas, la minipimer y el secador del pelo. De este hombre no se podrá decir que no se gana su sueldo a pulso. A pulso para alcanzar un objetivo realmente difícil como es el de hacernos la vida más miserable. La verdad es que no puede haber una conquista más original y pionera que la de haber hecho el viaje de la España del hambre y los piojos a la de la Unión Europea para acabar pasando a ducharnos al piso de abajo o a recibirle al vecino del sexto con su toalla y su pastilla de jabón. Hay una idea que aún no se le ha ocurrido a Garzón para traernos esa pesadilla que le pone los dientes largos: que los presidentes de escalera tengan derecho de pernada sobre las inquilinas del entresuelo. Y es que no es que los extremos se toquen, sino que se acuestan juntos. Lo que nos propone Garzón -eso de que veamos por la ventana del patio la tele de la casa de enfrente- es la escena emblemática de ‘La familia y uno más’. Es un regreso a las esencias más genuinas y cutres de la dictadura franquista.

En la cabeza de Frankenstein había unos costurones que no eran de recibo y que inspiraban lástima. Qué hay en la cabeza de Alberto Garzón, el inventor de la nevera comunista, es decir, de algo que, por desgracia, no es nuevo en la España de hoy: se llama ‘nevera de piso patera’ y es la que da lugar a grescas de platos rotos cuando el huésped musulmán descubre en ella unas impuras lonchas de jamón york.