La palanca revolucionaria

ABC 04/01/16
JUAN VAN-HALEN, ESCRITOR Y ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA HISTORIA Y DE BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO

· Pablo Iglesias cree que los votos que tiene le bastan para ejercer de palanca revolucionaria y, al tiempo, de caballo de Troya en el seno del sistema para acabar con él. Ambiciona ocupar espacios no ya por la fuerza electoral, sino por el aprovechamiento de la debilidad del principal aspirante de la izquierda

NO entendería que se pudiese haber sorprendido alguien cuando en la noche del pasado 20 de diciembre Pablo Iglesias apareció en las televisiones con ínfulas de mandatario asegurando que los 69 escaños conseguidos por su alianza de partidos populistas avalaban el final del sistema que conocemos, pronosticando un proceso constituyente y, en definitiva, propugnando un cambio revolucionario. Había condenado al baúl el disfraz socialdemócrata de su campaña electoral, desenterrando su leninismo.

Parece que la palanca hizo afirmar a Arquímedes: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo». El genial griego fue muy gráfico al encerrar en una frase las posibilidades de esa multiplicación de la fuerza. Una palanca revolucionaria es acaso lo que buscaba Pablo Iglesias ya en 2011 y es lo que creyó encontrar desde el primer momento en las urnas del 20 de diciembre.

Para entender los anuncios del líder de Podemos en la noche electoral hay que partir de la evidencia de que se deben a un político que no es demócrata. No le afecta que el PP cuente con mayoría absoluta en el Senado, que la suma del PP, PSOE y C’s suponga 251 escaños, una amplísima mayoría, en la Cámara Baja, y que esas tres fuerzas políticas no sean revolucionarias, ni quieran un proceso constituyente ni apetezcan empezar de cero borrando del mapa la Transición y lo que representó para España. Los escaños de los diferentes sumandos de Podemos son para Iglesias una palanca que, con el punto de apoyo de las circunstancias, de ciertas ambiciones personales o, adicionalmente en el caso de Sánchez, de una lucha por la supervivencia política, adquiere una multiplicación de la fuerza que realmente representa.

Iglesias cree que los votos que tiene le bastan para ejercer de palanca revolucionaria y, al tiempo, de caballo de Troya en el seno del sistema para acabar con él. Ambiciona ocupar espacios no ya por la fuerza electoral, sino por el aprovechamiento de la debilidad del principal aspirante de la izquierda. Esgrimiendo los viejos resabios del leninismo, el líder de Podemos quiere cambiar el sistema y en una fase inicial con el acompañamiento, proclamado o secreto, de un partido que lleva la «E» de español en su nombre y que durante su larga historia ha huido de las incertidumbres sobre la unidad nacional, al menos hasta que Zapatero le cambió el paso desde un liderazgo endeble en principios y una notable desorientación política deslizada al radicalismo.

Podemos, emergente en las elecciones europeas, fortalecido en las municipales y autonómicas y más en las generales, no tiene otro objetivo que ser necesario a un socialismo en su peor momento para llegar a sustituirlo como referencia de la izquierda. No es sino la constatación de una entrega anunciada. Podemos y sus franquicias recibieron en mayo de 2014 la dádiva de importantes ayuntamientos y la entrada en el poder autonómico por la irresponsable decisión de Sánchez de encubrir los peores resultados de la historia socialista atendiendo a intereses de partido y no a intereses generales.

Iglesias durante su campaña del 20 de diciembre se apuntó como victorias propias las que, sin apoyos electorales suficientes, obtuvo gracias a las estrategias de Ferraz. En donde más descendió el voto socialista fue precisamente en aquellas circunscripciones en las que regaló gobiernos municipales a Podemos. La significativa bajada de votos del PP lo fue desde su techo electoral más alto, el de 2011, mientras que la importante pérdida de votos del PSOE se produjo desde su suelo hasta entonces más bajo, también el de 2011. El PP gobernando y el PSOE en la oposición y sin haber apoyado al Gobierno en ninguna iniciativa importante durante la pasada legislatura.

Cuando Iglesias anunciaba sus exigencias revolucionarias era consciente de la debilidad del PSOE, de la falta de altura de miras de Sánchez, y de que este, inconstante, al igual que se desdijo tras las elecciones municipales de su afirmación previa de que no pactaría nunca con populismos, podría repetir la jugada y esta vez en dimensión nacional. Sánchez había anunciado que si recibía un solo voto menos que el PP sería un gran fracaso personal. Lo olvidó. Escribo cuando no se ha avanzado en un pacto de gobernabilidad. Resultaría inquietante que ningún histórico dirigente socialista, y tampoco Susana Díaz, fuesen capaces de reconducir a Sánchez hacia la sensatez. Admitir el abrazo del oso supondría que el partido de Iglesias fagocitaría al socialismo, que en próximas elecciones podría convertirse en una formación irrelevante.

Este atípico profesor de Ciencia Política, Pablo Iglesias, que confunde el título de la principal obra de Kant, atribuye a Churchill una frase de Ronald Coase y es todo menos riguroso, exigió en la noche electoral un profundo cambio constitucional y posibilitar una consulta soberanista en Cataluña, pero para ello habría que aplicar el artículo 168, apartados 1,2 y 3, de la Carta Magna, ya que la reforma afectaría al Título Preliminar. Se precisaría una mayoría de dos tercios del Congreso y del Senado, disolución inmediata de las Cámaras, elecciones generales, nueva aprobación por mayoría de dos tercios de las Cortes resultantes y referéndum para la ratificación de la reforma. Con la actual conformación de las Cámaras la reforma que sueñan Iglesias y sus amigos independentistas es imposible.

Iglesias obviamente conoce ese procedimiento constitucional, pero lo que ambiciona no es la legalidad sino un atajo revolucionario que es inviable. Aunque Iglesias quisiera que España fuese Venezuela, por fortuna no lo es. No me sorprende que un leninista crea en la revolución. Iglesias dejó escrito sobre aquel tiempo del 15-M que «los comunistas nunca ganarán en unas elecciones en momentos de normalidad; sólo lo pueden hacer en momentos de excepcionalidad como los que vivía España […], la crisis hace saltar los conceptos existentes». Y aclaraba: «Para que un golpista como Chávez gane unas elecciones tienen que haber saltado los consensos sobre los significados básicos». Esos «consensos sobre los significados básicos» son los que se quiere hacer saltar no ya con votos, sino con audacia desde la debilidad de otros. Aplicando sobre el sistema la palanca de la revolución.

Sin respuestas válidas, sin credibilidad ni circulación europeas, sólo con apuestas demagógicas y reclamos efectistas en muchos casos inaplicables, este neoleninismo de Podemos y sus franquicias ha recibido más de cinco millones de votos. Para entender este fenómeno recomiendo la lectura de «¿Podemos? Un viaje de la nada hacia el poder», de Ramón Tamames, a mi juicio la más documentada y profunda reflexión sobre aquel viejo sueño comunista de asaltar los cielos, resucitado con sorprendente éxito por Iglesias y los suyos. Dudo mucho que Pedro Sánchez haya leído este libro. Debería.