La paz y la palabra

En la educación para la paz, no podemos inculcar a los jóvenes la idea de que se puede empezar de cero en cualquier momento y la deslealtad con la legalidad democrática. Es dificil transmitir estas pautas, pero será imposible si se parte de un planteamiento ideológicamente sectario, sobre todo en una comunidad ya envenenada por la violencia terrorista como es la nuestra.

La Dirección General de Derechos Humanos del Gobierno vasco, como ustedes saben, trata de sacar adelante un Plan de Educación para la Paz y los Derechos Humanos que no ha logrado la aprobación de los socialistas ni de los populares. O sea, que difícilmente va a servir para otra cosa que no sea perpetuar en la escuela los enfrentamientos ideológicos que ya se dan en la sociedad y que sirven de coartada a los violentos para justificar o hipócritamente ‘comprender’ el terrorismo.

Uno podría suponer, en principio, que toda educación en un país civilizado y democrático debe orientarse hacia la paz y el respeto de los derechos humanos. En concreto, la absurdamente controvertida asignatura de Educación para la Ciudadanía, recusada por quienes no quieren comprenderla y por quienes intencionadamente la deforman, tiene como principales objetivos la formación en esos valores. Los que la tachan de ser un ‘adoctrinamiento’ casi totalitario deberían explicar si toda ‘doctrina’ les parece igualmente mala o abusiva, tanto la que recomienda vivir en paz como la que canta loores a la lucha armada contra los convecinos. ¿Y de dónde sacan que ese tipo de enseñanzas sólo puede ser transmitido por los padres? Por lo que hemos aprendido dolorosamente en este país, hay muchos padres que consideran la violencia terrorista como un acto de heroísmo y se sienten muy orgullosos de que sus hijos se dediquen a ella. Y probablemente otros inculcan a sus vástagos que la tortura es aceptable, siempre que sólo se aplique a los malos muy malos. ¿Vamos a resignarnos el resto de los ciudadanos a que sean unos y otros quienes tengan no ya la última sino incluso la única palabra?

Ahora bien, para que sea eficaz esa educación cívica es imprescindible establecer ciertos principios básicos y debe haber una autoridad educativa estatal capaz de precisarlos y defenderlos. Por ejemplo, que no deben confundirse los proyectos políticos (aceptables siempre que no impliquen conculcación de los derechos humanos de nadie) con esos derechos mismos o con deudas históricas del pasado que deben obligatoriamente liquidar los contemporáneos. Otro, de mucha importancia en Euskadi, establece que participar en la vida parlamentaria (o en cualquier otra institución democrática más local) exige sin rodeos ni subterfugios renunciar a los métodos de la guerra civil. En cada debate de un parlamento democrático se escenifica una contienda civil sin efusión de sangre y sometida a reglas públicamente aceptadas, como en el juego del ajedrez o el fútbol. Uno no puede estar dentro de un consistorio democrático jugando al debate político incruento y a la vez fuera, apoyando la guerra civil más o menos ‘light’ que elimina a los mismos adversarios que día tras día se sientan cándidamente a nuestro lado. Por tanto, exigir la condena explícita e inequívoca del terrorismo es el más elemental de los requisitos para aceptar como contendientes políticos legales a quienes van a tener la misma voz y voto que los amenazados por el crimen organizado. Y por supuesto ninguna apelación a la libertad de expresión o a la de asociación puede pasar por alto esta fundamental obviedad. Si no se acepta enseñar esta ‘doctrina’ a los educandos para la paz, se está fomentando sencillamente la opresión o la contienda civil, y no otra cosa.

Educar para la paz empieza por enseñar el respeto a la realidad democrática en que se vive, lo cual incluye desde luego mostrar también los caminos legales para trasformarla, incluso radicalmente. Pero no se puede inculcar a los jóvenes la idea de que se puede empezar de cero en cualquier momento si así se desea y sin miramientos a lo vigente. El primer requisito para la paz es comprender y asumir las instituciones de la legalidad, entre las cuales está la crítica razonada de lo establecido y la lucha por mejorarlo o transformarlo pacíficamente. Porque ser gente de paz no es ante todo una circunstancia meramente psicológica (yo creo que en nuestro fuero interno todos somos más bien exterminadores, y feroces contra lo que se opone a nuestro deseo) sino comprender racionalmente que deben aceptarse códigos y normas que encaucen nuestras reivindicaciones.

En una palabra, educar para la paz es preparar personas capaces de persuadir y de ser persuadidas: es decir, de formular argumentadamente sus demandas sociales de modo inteligible y de comprender y valorar también con razones las demandas que otros hacen, incluso hasta el punto de modificar nuestros primeros planteamientos para lograr puntos de acuerdo. Es preciso aceptar el debate político -el ‘diálogo’, si se prefiere llamarlo así- pero asumiendo que en esa confrontación uno puede sacar adelante su proyecto, o tener que aplazarlo e incluso renunciar a él. No es en teoría imposible transmitir estas pautas a los más jóvenes, pero nunca resulta fácil (necesita por lo pronto maestros que a su vez las comprendan y admitan su necesidad): y si se parte de un planteamiento ideológicamente sectario y desleal con la legalidad democrática, esa dificultad puede llegar a ser totalmente insalvable en la práctica sobre todo en una comunidad ya envenenada por la violencia terrorista como es la nuestra.

Fernando Savater, EL DIARIO VASCO, 21/4/2008