- La embajadora y ex ministra se plantó en el funeral del papa Benedicto con una pelliza. Hace falta valor
Uno se imagina la cara que debió poner Joseph Murphy, jefe de protocolo del Vaticano, al comprobar como la embajadora española ante la Santa Sede, doña Isabel Celaá, se presentaba en el funeral por el papa Benedicto XVI con una pelliza que ni el sheriff McCloud de la tele que interpretaba el gran Denis Weawer. Mientras que Su Majestad la Reina Doña Sofía acudía de riguroso luto, como manda el protocolo e incluso el más simple de los respetos, la embajadora cantaba más que un gaitero gallego en un concurso de karatekas. ¿Pero acabaron ahí los sofocos de Mr. Murphy? No, padre, porque al despojarse de la pelliza, doña Isabel mostró que, de entre su imaginamos surtido fondo de armario, había elegido nada menos que una blusa blanca, blanca, lavada con Perlán y una chaqueta morada. Ahí es nada, la criatura. Que una embajadora no conozca las más elementales reglas del protocolo ya tiene castigo, pero que además salga argumentando que si iba vestida así era debido a que tenía una cena en la embajada y que si patatín y que si patatán no es excusa. Hay automóviles, el suyo oficial, por ejemplo, señora mía, para cambiarse en el interior, para ponerse un abriguito e incluso para fingir que le importa algo la altísima representación que ostenta usted. Incluso Yolanda Díaz se pone un traje negro -con floripondio blanco, eso sí- al ser recibida por el Papa Francisco.
Que una embajadora no conozca las más elementales reglas del protocolo ya tiene castigo, pero que además salga argumentando que si iba vestida así era debido a que tenía una cena en la embajada y que si patatín y que si patatán no es excusa
Digo más, incluso aunque le hubiera sido imposible cambiarse, aunque los hados se hubiesen conjurado para permutar el morado por el negro, siempre habrá un propio que vaya a buscar un algo, un poncho negro, una bandera pirata, un lo que sea. Todo, menos llevar pelliza y conjunto yeyé. Y si no puedes ir vestida como tu cargo exige, aduces enfermedad diplomática y no vas. Cualquier cosa menos ese desprecio hacia la religión católica, señora mía. Y si me dice que usted no la desprecia -aunque después de ver la ñapa que hizo con su ley de educación cualquiera lo diría- peor me lo pone. Pero las chicas de Sánchez van muy sueltas, a veces más que las podemitas, en materia de «Hago lo que quiero porque mando y ordeno». Insisto que es mejor, en ocasiones, no ir a los sitios que acudir para meterla hasta el corvejón. Lo que me recuerda la historia de cierto político en la República que tenía que llevar a una cena de amigotes a cierta amiga suya que no destacaba precisamente por sus dotes intelectuales. Siendo como era un bellezón, el político le dijo a la interesada que no dijese palabra y que si alguien insistía mucho en darle palique le soltara medio en broma medo en serio que no hablaba español porque era una espía rusa. Así transcurría la reunión a la que otro político también había llegado con una señora que rivalizaba en lo despampanante con la antes citada. Pero la segunda, menos prudente, no pudo resistirse a abrir la boca y empezar a soltar expresiones castizas como leñe, cocretas, nos ha joío mayo y similares, lo que indicaba la procedencia de la escultural mujer que, para más inri, su acompañante había presentado como condesa. Ante tal bochorno, nuestra beldad no pudo contenerse y, dirigiéndose a la falsa aristócrata más castiza que la fuente del Berro, le espetó enfadada «Joer, mira que tiés mala follá, ¿Qué no sabes que cuando una es mú burra como tú y como yo, a estos sitios se viene de espía rusa y se achanta la mui?».
Definitivo.