La política de pactos y el ejemplo alemán

FRANCISCO SOSA WAGNER E IGOR SOSA MAYOR – EL MUNDO – 11/12/15

Francisco Sosa Wagner
Francisco Sosa Wagner

· Todo indica que las elecciones del 20-D auguran una situación de pactos. Las coaliciones que estén bien definidas ayudarán al buen funcionamiento de las instituciones y no perjudicarán a los partidos.

 Las cercanas elecciones generales auguran una situación de pactos que, si bien no sería inédita, sí puede estar preñada de cambios en nuestro panorama político. Un vistazo a aquellos países que atesoran años de prácticas similares puede ayudarnos a afrontar estos trances con la serenidad necesaria. Aunque existen otros casos en Europa, fijaremos aquí la atención en Alemania. Dos aspectos resultan de interés en el país germano: la enorme cantidad de gobiernos de coalición y la extrema diligencia a la hora de detallar los acuerdos en unos llamados «contratos de coalición» altamente vinculantes para las partes.

En cuanto al primer asunto, los gobiernos de coalición son de hecho el modo de gobierno habitual en Alemania en todos los niveles políticos. Prueba de ello es que sumando el ámbito federal y el regional se acumulan hasta 69 desde la fundación de la República Federal, en los que han participado todas las fuerzas políticas relevantes. Tomemos como ejemplo al Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), ahora que el PSOE vive sumido en cuitas en torno a esta materia. El SPD ha gobernado en el nivel estatal en los últimos años en una gran coalición con los conservadores, después de haberse maridado con Los Verdes durante el gobierno de Gerhard Schröder.

Pero más olvidado está que la década brillante de la socialdemocracia alemana (1969-1982) contó como compañeros de viaje a los liberales, quienes apoyaron resueltamente muchas de las medidas de los gobiernos de Willy Brandt y Helmut Schmidt. Es pues menester recordar que Brandt, con justicia tótem ideológico de la socialdemocracia europea, gobernó siempre de la mano del Partido Liberal Alemán (1969-1974). Y que la situación no cambiaría con su sucesor Helmut Schmidt (1974-82), recientemente fallecido y sin duda el político socialdemócrata más lúcido y con mayor templanza del siglo XX.

Fueron años de complicaciones y malandanzas en Alemania y Europa (revueltas juveniles, crisis del petróleo, terrorismo de la RAF, etc.) en los que los socialdemócratas alemanes apostaron por una política reformista valiente pero sin atolondramientos. Conocida es la llamada ostpolitik, pergeñada alrededor de la idea motriz del acercamiento entre los dos bloques. En aquellos años, bajo el slogan un tanto huidizo de «probar más democracia» (Mehr Demokratie wagen), ambos cancilleres abordaron reformas dispares pero de naturaleza liberalizadora. Entre ellas, la supresión del delito de adulterio, la despenalización de la homosexualidad, una cierta equiparación de las parejas de hecho, etc. Medidas impensables sin el apoyo de los liberales, quienes ocupaban las relevantes carteras de exteriores o interior.

Diluir unas inveteradas esencias ideológicas parece ser en España una de las mayores preocupaciones de los partidos, especialmente de aquellos situados en la llamada izquierda, a la hora de transigir con coaliciones. No obstante, se trata de unos temores derivados de la poca confianza en la razonabilidad de las propias propuestas, que, una vez privadas del refugio de las categorías más elementales (derecha/izquierda), han de verse expuestas a la intemperie del debate político y la valoración en torno a su eficacia. El caso alemán nos permite entrever que cuando los partidos son organizaciones políticas que, con las limitaciones inevitables, abordan con profesionalidad sus propuestas, la siempre anfractuosa convivencia en gobiernos de coalición no ha de ser interpretada obligatoriamente como una traición a principios innegociables.

Por otro lado, como queda dicho, una piedra angular del sistema de coaliciones lo constituye el llamado «pacto de coalición», materializado en un texto escrito en el que se pormenorizan los acuerdos de los partidos firmantes. Dos de las características de estos textos es menester destacar: su grado de detalle y su carácter público. Primeramente, el nivel de detalle que llegan a alcanzar estos textos es encomiable.Por ejemplo, el acuerdo de gobierno de la actual gran coalición se desgrana en un documento que frisa los ciento cincuenta folios. Pero incluso un pacto de coalición de un gobierno regional puede superar los cien folios, como muestra el caso del recientemente constituido Gobierno del Land de Turingia.

Si bien es cierto que estos documentos adolecen en parte de la verborrea gazmoña de los programas electorales, no lo es menos que en ellos se desglosan multitud de cuestiones de la futura acción de gobierno. El abanico de asuntos abarca no sólo medidas políticas concretas, sino también el propio funcionamiento de la coalición en sus mecanismos de toma de decisiones y solución de conflictos. El último acuerdo de Merkel y el SPD, por ejemplo, incorpora cuestiones tan variadas como la modernización de las disposiciones jurídicas sobre las radiaciones nucleares, la regulación del mercado financiero o temas políticos tan candentes como la introducción –finalmente acaecida– de un salario mínimo interprofesional. Junto a ello, se detalla la forma de votar dentro del gobierno, la cooperación de los grupos parlamentarios, o la frecuencia de las reuniones de la llamada «comisión de la coalición».

Un documento de este tipo tiene indudables ventajas. Para los partidos firmantes el texto supone una partitura que en sí misma representa su capacidad de acuerdo. Cual grimorio, se buscan allí, a lo largo de la legislatura, las medidas a aprobar, los ungüentos políticos a aplicar y los sortilegios a usar. Al mismo tiempo atestigua que las andanzas al alimón de los partidos involucrados no están guiadas por el ansia descarnada de poder sino que, en tanto que coalición, son capaces de presentar un proyecto coherente.

Por añadidura, primordial en todo ello es la publicación de este tipo de acuerdos, para que el conjunto de la ciudadanía pueda asomarse a ellos. Los votantes hallan así en esos pliegos un baremo por el que juzgar con relativa precisión el grado de cumplimiento del plan de gobierno a lo largo de la legislatura. El texto compromete pues política, e incluso moralmente, a sus firmantes, pues será el prisma por el que serán observados por parte de los ciudadanos.

Pero, junto a todo ello, su aportación es más sutil, pues en cierta medida coadyuva a la formación de gobiernos de coalición incluso con partidos pequeños. Poniendo por escrito el plan para la legislatura, los partidos menores de la coalición pueden, a los ojos de los votantes, dejar constancia clara de cuáles han sido sus aportaciones concretas. Logran así –al menos potencialmente– evitar ser diluidos en el maremágnum de la acción política, eclipsados por sus hermanos mayores de coalición. Ello tiene además una virtud general para el propio sistema político pues, implicándose en las responsabilidades, estos partidos se ven obligados a abandonar posiciones opositoras con fragancias populistas.

El sistema político español probablemente navegará en breve por aguas desconocidas, por lo que saber estas prácticas germanas no será superfluo. Los años de coaliciones han impelido a refinar y aquilatar y, en tal sentido, dos son las enseñanzas para nuestras tierras. Por un lado, que el pacto entre partidos no conlleva el fin de las organizaciones políticas implicadas. Por otro, que la publicación de una lista detallada de los acuerdos de gobierno asegura una mayor calidad democrática del funcionamiento de las instituciones, tanto para los partidos como para los ciudadanos.

Francisco Sosa Wagner es catedrático de Universidad e Igor Sosa Mayor es doctor en Historia Moderna por el Instituto Universitario Europeo de Florencia.