LA POLÍTICA POSTIZA

ABC-IGNACIO CAMACHO

La nueva política no es más que cháchara y neblina, sin ideas, ni proyectos, ni estrategias que duren más allá de un día

Amenudo muchos amigos y conocidos nos dicen a los periodistas eso de «estos días estaréis muy entretenidos», refiriéndose al trasiego político. Siento decepcionarles pero no es así. Estamos más o menos ocupados, pero aburridos como ostras y tan hartos del postureo como la mayoría de los españoles. Porque este aparente ajetreo de la vida pública es en realidad una actividad postiza, una inercia negligente disfrazada con mucha impostura declarativa. Porque bajo esta «democracia del canutazo», en la que lo único que importa es ocupar espacios de opinión a base de hueca palabrería, no hay ideas, ni proyectos, ni estrategias que duren más allá de un día. Porque las presuntas noticias no son más que ruido banal, hojarasca, humo retórico para envolver en neblina la evidencia de que los partidos y sus dirigentes carecen de responsabilidad y de perspectiva. Porque sobra simulación y propaganda tanto como faltan luces largas y amplitud de miras. Porque el supuesto frenesí de negociaciones, pasilleos y maniobras es un trampantojo, una farsa, una pantomima. Porque la llamada nueva política no solo no ha mejorado a la antigua sino que ha trivializado lo poco que a ésta le quedaba de cierta eficiencia pragmática o de visión realista para sustituirlo por cháchara superficial, inservible y vacía. De calidad y de inteligencia orgánica ni hablamos: eso hace tiempo que era un rescoldo apagado, una solera avinagrada, una memoria mortecina.

Este bloqueo empantanado, que no es de ahora porque lo arrastramos desde hace al menos tres años, constituye la consecuencia natural de un proceso crítico de degradación del liderazgo. Lo que en algún momento pareció una sacudida social de cambio, una demanda de renovación y de nobleza contra los hábitos de unas élites incapaces de sacar al país del marasmo, ha desembocado en un colapso de mediocridad inexperta y con el mismo –o peor– espíritu sectario. El denostado bipartidismo se ha fragmentado sin que de sus pedazos emerja el menor efecto práctico, salvo la dificultad casi metafísica de componer consensos de Estado. Los agentes políticos han perdido su capacidad prescriptiva, o han renunciado a ella, para transformarse en meros aparatos publicitarios. Y si la sociedad aún funciona y resiste al fracaso, pese a la ausencia de una dirección colectiva apta para establecer objetivos claros, es porque existía un sólido fondo estructural y un tejido institucional asentado precisamente en aquel período ahora estigmatizado.

No, la situación no es divertida, es peligrosa. Y en la medida en que los políticos sí nos representan, revela una nación ofuscada de prejuicios, ausente de cohesión y con inquietante proclividad a autoinfligirse derrotas. La más estúpida de todas sería la arbitraria malversación del mejor sistema de convivencia, estabilidad y libertades que ha registrado nuestra siempre tornadiza historia.